ENTREVISTA | Manuel Pimentel Editor, escritor y autor del libro 'La venganza del campo'

«Para garantizar la despensa lo mejor es tener al productor cerca»

«Cuando un sector cae en desprestigio caen todos, desde el empresario al jornalero», indica

Manuel Pimentel, junto a ejemplares de su libro, en la sede de la editorial Almuzara.

Manuel Pimentel, junto a ejemplares de su libro, en la sede de la editorial Almuzara. / Manuel Murillo

Cristina Ramírez

Cristina Ramírez

Manuel Pimentel es editor, escritor, ingeniero agrónomo y exministro de Trabajo y Asuntos Sociales, entre su extensa lista de hitos profesionales. Actualmente, preside la editorial cordobesa Almuzara, en cuyo sello ha publicado su último trabajo: La venganza del campo. En este libro habla del desprestigio generalizado de este sector, castigado de la sociedad y de cómo la tierra se venga de ella con la subida de precios de los alimentos.

¿Cuál es ‘La venganza del campo’ que da título a su libro?

La venganza del campo es un título alegórico de connotación bíblica, pero que encierra una honda realidad. Llevamos décadas despreciando el campo, ignorando a los productores y, al final, el campo acaba, como siempre hizo, con subida de precio y en su caso, escasez de alimento.

¿Y contra quién se vengará?

Contra la misma sociedad que lo ha despreciado. Esto se trata de un tema de antropología y sociología profunda. La sociedad occidental que ha tenido décadas, del 2000 al 2020, donde ha disfrutado de la alimentación más barata de toda su historia, deja de importarle la alimentación porque creía que aparecería de forma espontánea. Como no valoraba la producción tampoco valoraba a los productores. Se dieron los nuevos valores ---positivos, que hay que apoyar sin duda-- de sostenibilidad al medio ambiente y el incipiente animalismo. Es una sociedad que no le importa la agricultura ni los agricultores y que valora mucho el medio ambiente. Pues todas y cada una de las normas que han ido aprobándose a lo largo de los años han limitado, encarecido, cuando no directamente perseguido las producciones agrarias y, al final, las producciones agrarias se degradan, se resienten en cantidad, se encarece muchísimo el precio. ¿Y, especialmente quién la va a pagar? Pues las clases medias y las clases populares a quienes la cesta de la compra se les va a poner a unos precios realmente prohibitivos.

¿A qué se debe este desprestigio generalizado?

Esto es un tema que no tiene ningún punto de vista político porque indistintamente del signo político en todos los países de Europa ha pasado igual. Por tanto, esto es sociológico, de una sociedad que llegó a creerse que la alimentación aparecía de manera espontánea. La PAC, que es la Política Agraria Comunitaria, está bien, pero olvida algo muy básico. No tiene para nada en cuenta la despensa de los europeos. En Europa, en el inconsciente colectivo, de alguna forma, ha determinado que queremos dejar de producir aquí para que sean otros países los que provean nuestra despensa. Eso sería una irresponsabilidad tremenda. Un gobernante sensato debe garantizar la despensa de sus ciudadanos a un precio razonable.

¿Es renegar de la tierra que nos da de comer?

Es querer que pare la actividad agrícola, limitarla y encarecerla. Hay una desconfianza en la propia PAC de nuevo. Establece una serie de mecanismos como una desconfianza de la agricultura que se concibe directamente como enemigo del medio ambiente y al ganadero ya, abiertamente, como maltratador de animales. Hay desconfianza de la sociedad hacia los productores agrarios. Eso, claro, conlleva que la gente del campo esté muy bien desmotivada porque se les han perseguido e ignorado. También porque la rentabilidad es muy baja. Aquí no hay ni buenos ni malos. La sociedad lo hace de forma inconsciente, creyendo que hasta lo hace bien, no hay maldad en ello, pero en la dinámica que estamos generando, no solamente le hemos dado la espalda al campo, sino que ya empezamos a perseguirlo. Y repito, no hay ni buenos ni malos, son dinámicas de sociedades que han vivido en la sobreabundancia y que olvidaron que la despensa hay que garantizarla y para garantizarlo lo mejor es tener al productor cerca.

Además de los agricultores y ganaderos también lo sufren los trabajadores del campo. ¿Los ha hecho ver la sociedad como trabajadores de segunda? ¿Es la última opción laboral?

Claro, cuando un sector cae en el desprestigio caen todos. Desde el empresario, al ejecutivo, al trabajador o el jornalero. Todos los que participan sufren esa desvaloración y prueba de ello es que nadie quiere trabajar en el campo, es la última opción laboral. Y encima los jóvenes, ya no quieren pertenecer al campo. Se cierran explotaciones y la edad media de los agricultores ya supera los 61 años. Es decir, es un momento realmente singular. ¿Quién va a querer trabajar en el campo con estas circunstancias? Ahora mismo hay un auténtico éxodo laboral que, además, se ve en el fenómeno tan conocido y tan estudiado como es la España vaciada. En efecto, los trabajadores también están sufriendo ese desprecio colectivo.

¿Cómo animaría a una persona joven a dedicarse al campo?

A ver. En las circunstancias actuales, donde tienen cero prestigio social, donde la sociedad los mira con desconfianza, cuando no con rechazo, donde la rentabilidad es baja y, encima, las condiciones de trabajo son duras, nadie quiere trabajar. Tenemos un problemón generacional tremendo en estos momentos que no sé si se va a acabar.

Hablaba que a los ganaderos se les ve como maltratadores. ¿Pueden ir los consumidores veganos en contra del campo en ese sentido?

Bueno, yo creo que la opción vegetariana es una opción estupenda. En la libertad personal de cada persona yo creo que es una opción impecable y muy positiva. De hecho, normalmente, las personas vegetarianas son muy respetuosas con el campo. El problema es vincular la alimentación a la moral. Es decir, el que come carne moralmente está pecando. Yo, personalmente, no creo que sea malo. Comer una ensalada es estupendo y moral. Tomar un chuletón también es estupendo y moral. Ahora hay una corriente animalista que en principio es buena --a los animales hay que respetarlos, cómo no--, pero que tiene que tener un equilibrio con nuestro derecho a la alimentación. Y aquí viene la gran pregunta: ¿Tiene derecho la humanidad a matar a un animal para comérselo? Yo soy de los que piensa que sí tenemos derecho, al igual que un león tiene derecho a comerse una gacela sin que ello suponga un pecado moral. La especie humana precisa carne, básicamente, para su alimentación.

En cuanto a los precios. ¿Cómo se encuentran y qué cambios experimentarán?

Voy a hablar de la cesta de la compra. Los precios son muchos y, por tanto, hay productos que bajarán, otros subirán. Pero la cesta media, que se ha encarecido mucho --como cualquier familia, está comprobando en su cuenta mensual-- yo creo que va a seguir subiendo a corto plazo. Primero por las limitaciones y restricciones que ya hemos analizado. Cada norma que sale significa menos producción y más cara y eso al final es subida de precios. Encima, seguimos persiguiendo la actividad agraria. Prohibimos los trasvases, prohibimos las granjas, ponemos limitación a los regadíos... Hay que decidir. Si se cierra el grifo para los regadíos no se produce fruta y verdura y si se abre habrá más fruta y verdura y bajará. Tercero, los precios bajaron mucho durante esas décadas (2000-2020) en parte por la globalización, uno podía traer productos de la zona del mundo donde se producía de forma más barata y eficiente. Como en estos momentos nos encontramos en un proceso de desglobalización. Es decir, ya empiezan a perseguir grandes bloques, aduanas, fronteras... Esa desglobalización encarece también los alimentos. Y, en cuarto lugar, estamos entrando en conflictos, lo que hace que los mares sean más inseguros para navegar. Todos estos argumentos hacen pensar, razonablemente, que los alimentos van a continuar subiendo. ¿Hasta dónde? Pues no lo sabemos.

Suscríbete para seguir leyendo