Cada día que pasa, El Arenal me recuerda más a Punxsutawney, aquella mancomunidad de Pensilvania en la que Bill Murray quedaba irremediablemente atrapado en el tiempo y se veía obligado a revivir una y mil veces el Día de la Marmota , ese acontecimiento made in América que hace que medio mundo esté pendiente de un bicho que, en función de su sombra, predice si el invierno va a ser más o menos largo. En versión local, habría que cambiar la marmota por un camello despistado. No hay marmota que pueda hablar de invierno en El Arenal ni animal que vea una sombra en nuestro recinto ferial. De lo que no cabe duda es de que Bill Murray, después de veinte años de feria en Córdoba, acabaría entrando en bucle. Sé de algunos a quienes ya les pasa. No es de extrañar. Sobre todo, porque hay quien literalmente se va a vivir a El Arenal cuando llega la feria. Otros se reservan dos días casi de 24 horas allí y el resto acuden tras el momento postsiesta,

con las pilas bien cargadas. El que más y el que menos, ficha como mínimo un día o dos. Y ayer fue ese primer día para muchas familias, ansiosas por llegar al fin de semana para entregarse a la fiesta. Hasta bien entrado el mediodía no había ni un alma en el recinto, pero se empezó a animar a la hora del almuerzo. Ya lo dice el refrán. En El Arenal, comer y bailar, todo es empezar. De las cocinas de las casetas cada vez salen platos más exquisitos. Algunas no tienen ya nada que envidiar a las de restaurantes de alto copete y hay quien en la caseta llega a servir hasta arroz con bogavante. No digo más. Lo saben decenas de familias que, con o sin niños, se reunieron en torno a una mesa para celebrar el fin de semana y brindar por los buenos tiempos.

Al mediodía, el recinto estaba vacío, pero las casetas llenas. Sobre todo, las más fresquitas. Mientras algunos hacían acopio de colesterol, otros se atrevían, nada más y nada menos que a las cuatro de la tarde, a sumarse a una sesión de fit flam (fitness flamenco) y mover el esqueleto con el estómago lleno. Hace falta valor. La próxima vez, igual sería conveniente retrasar la exhibición y dejar el bailoteo para después de la siesta. En Cruz Roja, alertan de que este es el año con más incidencias, sobre todo, percances etílicos y lipotimias. No digo más Casi 800 atenciones y aún no ha acabado la semana.

De entre los que arrancaron a primera hora de la tarde, hubo quien se retiró temprano para irse a los toros o relajarse en otro entorno más tranquilo y quien resistió y se adentró en la madrugada cantando bajito. Y eso que en El Arenal no siempre la noche es tan larga como uno pueda imaginar. El jueves, sin ir más lejos, según un testigo ocular, la Policía se encargó de evacuar el recinto y desalojar las casetas casi una a una. Para evitar la tentación de más de uno de hacerse el remolón y seguir bebiendo o sirviendo copas. El fin de semana, el toque de corneta se espera que suene algo más tarde. Si hay algo que en esta ciudad salva una fiesta tan deficiente en infraestructuras como ésta son los jóvenes y familias que cumplen cada año con la cita y, contra viento y marea, recrean el ritual, se engalanan y acuden a disfrutar, incapaces de rebelarse contra las ganas de pasarlo bien. Salga el sol por Antequera. Esa gente valiente acude al recinto preparada para dar el resto y pensando que, mejor o peor, para la próxima, aún queda un año. Ya saben.