Los japoneses ya no solo miran con aprensión al aire. La radiactividad amplía los frentes: ahora también llega por el agua y los alimentos. La crisis es especialmente grave aquí porque no hay país con cultura gastronómica más refinada. La contaminación alimentaria finaliza, por ahora, una dramática secuencia que en apenas diez días ha incluido un terremoto, un tsunami y un desastre nuclear.

Japón y el exterior vuelven a disentir sobre la gravedad. La Organización Mundial de la Salud (OMS), el organismo de la ONU que gestiona la política sanitaria preventiva mundial, aseguró ayer que "la situación es claramente muy seria", mientras Tokio repite que los niveles de radiactividad detectados no son peligrosos para la salud. En los principales importadores de productos japoneses ya han sonado las alarmas: tanto China como Corea informaron ayer de que analizarán todos los cargamentos en busca de radiactividad. La OMS negó que alimentos contaminados japoneses estén circulando por el mundo.

El peligro se limita a Japón. La crisis arrancó con la detección de yodo radiactivo en el agua potable de nueve provincias, incluida la capital, Tokio. Después se hallaba en leche y espinacas de la prefectura de Fukushima, donde se asienta la problemática central nuclear devastada.

AGUA DE MAR CONTAMINADA El Gobierno, "como medida de precaución", ha prohibido la venta de esos productos de Fukushima y otras tres provincias colindantes. Sin embargo, Tokio repite que los niveles "no van a causar daños a los consumidores".

Por su parte, la empresa Tokyo Electric Power, que explota la maltrecha planta, informó ayer de que ha detectado niveles "anormalmente elevados" de radiactividad en el agua del mar próxima a la central.

Muchos compradores preguntan ahora por la procedencia de las verduras. "Sobre todo por los tomates y otros productos que crecen a la intemperie", señala Toshi, responsable de una tienda de barrio. Ofrece unos puerros de Ibaraki, a apenas 100 kilómetros de la central nuclear. "Todos los cargamentos pasan controles exhaustivos: si llegan, son sanos", promete este vendedor. Y señala unas espinacas de Chiba. "¿Ves? Aquí no tenemos nada de Fukushima". Yukihiro, estudiante, promete que no comprará más productos de la zona afectada. "Me dan pena, pero la salud es lo primero. Me encanta su fruta, especialmente su uva y melocotones", reflexiona.

Se avecinan tiempos duros para Fukushima, región agrícola y pesquera. Toshi vaticina que no se librará de su reputación pronto y recuerda la crisis de seguridad alimentaria que afectó a las verduras chinas cinco años atrás. "Desde entonces muy pocos las compran. Vendo las setas shitake chinas a la mitad de precio que las japonesas y aún así solo las compran algunos restaurantes, nunca los particulares". Tokio ya ha anunciado indemnizaciones millonarias para reflotar la maltrecha economía.

LLUVIA SOSPECHOSA Cho Jeug- je, coreano, gestiona un gran supermercado en Kabukicho, en el distrito tokiota de Shinjuku. Es una zona popular y dinámica, donde abundan los tipos a los que conviene no aguantar la mirada y los negocios de prostitución femenina y masculina controlados por triadas. Llueve y Cho ha ordenado retirar las verduras expuestas en la calle, una costumbre aquí. "El cliente es lo primero, la lluvia podría ser radiactiva", justifica. Añade que ha decidido no traer más productos de Fukushima.

Desde un restaurante elitista a un humilde puesto callejero, el respeto a las materias primas y la exquisita manipulación es innegociable en Japón. Cocinar es una liturgia enraizada en lo más profundo de la cultura nacional.

Una crisis alimentaria es un drama aquí. Lo sabe el Gobierno japonés, que ha ordenado análisis y ha sacado de la circulación los cargamentos afectados.