"He vuelto por la presión familiar, pero espero regresar a Japón cuando la situación se estabilice". Muchos de los pasajeros que ayer bajaron del avión procedente de Tokio fletado por el Gobierno coincidieron en que habían decidido venir a España empujados, de manera directa o indirecta, por sus familias. Ya sea por las de aquí, preocupadas ante la incertidumbre de lo que está ocurriendo, o por las de allí.

"Yo he venido con los niños. Mi marido se ha quedado", contó Beatriz Alonso, que reside en la ciudad de Koshigaya, a 200 kilómetros de la central de Fukushima. Precisamente, la gran cantidad de niños (cerca de 40) entre el pasaje llamaba la atención. Al verlos bajar por las escalerillas del avión, saludando a los periodistas con sus mochilas y maletas de dibujos animados, era más fácil pensar en una excursión de altos vuelos que en una catástrofe nuclear. "Han pasado mucho miedo, pero ahora no son muy conscientes de lo que está sucediendo", explicó Alonso, madre de dos pequeños.

Isaac Vigil, de Barcelona, estudiante de japonés, explicó que decidió tomar el avión "principalmente por los padres", aunque quiere volver al norte para ayudar "en cuanto la cosa esté mejor". Una de las primeras en pasar el examen radiológico, Pilar Espinosa de los Monteros, reconoció que toda su familia sentía "un poco de nervios" y fue de los pocos que mostraron dudas sobre si volverán. De momento, ahora sus hijos tienen vacaciones. Otros, como Paco Valdés, volaron prácticamente por casualidad: "Me apunté por precaución, no tenía interés en viajar". El estaba dispuesto a quedarse en Tokio, donde "todo está muy tranquilo y se ven incluso niños jugando en la calle", pero finalmente el cierre temporal de su empresa le empujó a venir a España. No se quedará mucho tiempo: "El día 29 vuelven a abrir la fábrica".

Muchos se han quedado

A las 14.30 horas aterrizó en la base aérea de Torrejón de Ardoz (Madrid) el Boeing 747 procedente del aeropuerto de Narita (Tokio) fletado por el Gobierno para repatriar a los españoles que quisieran abandonar el país. El éxito de la iniciativa fue menor de lo esperado. Frente a las cifras de 300 pasajeros que se barajaban la semana pasada y los 260 que se inscribieron finalmente, ayer el avión --de 450 plazas-- despegó con un tercio de su capacidad.

A bordo iban 154 personas: 79 ciudadanos españoles que viajaron junto con 35 familiares de primer grado (principalmente, cónyuges e hijos), 22 belgas y 8 brasileños, además de otros nueve pasajeros comunitarios cuya nacionalidad no trascendió y un diplomático.

Llegaron cansados, después de 24 horas de viaje con escala en Bangkok, donde se quedaron cinco personas. Nada más aterrizar los esperaba un dispositivo de control radiológico formado por 20 agentes del Consejo de Seguridad Nuclear (CSN) y del Departamento de Sanidad Exterior. Era una revisión voluntaria (34 de los pasajeros rechazaron pasarla), y ninguno de los 119 análisis practicados arrojó indicios de contaminación. Tampoco los equipajes ni el interior del avión.

Fue un resultado tranquilizador, aunque ya previsto por las autoridades, puesto que todos los que viajaron en el avión habían respondido previamente a un cuestionario sobre su situación para determinar su grado de riesgo. "No había síntomas ni proximidad geográfica. Nadie estuvo a menos de 100 kilómetros de Fukushima", explicó la directora general de Salud Pública y Sanidad Exterior, Carmen Amela.

Lavar y hervir

Prácticamente todos los viajeros alabaron el "gran trabajo" realizado por la embajada española en Japón. Hubo una cosa, no obstante, en la que no se pusieron de acuerdo. En función de a quién se preguntara, la principal preocupación variaba. La amenaza de la radiactividad es un factor disuasorio para algunos ("los japoneses dicen que si lavas y hierves las verduras no hay problema con la contaminación", explicó reticente una pasajera), mientras que otros temen las "réplicas constantes" del terremoto.

Lo cierto es que son muchos los ciudadanos españoles que se han quedado en Japón. "El trabajo sigue con normalidad", dijo Alonso, quien subrayó que "mucha gente tiene allí a su familia y no vive tan cerca de Fukushima como para preocuparse".