Opinión | Desde la periferia

La imagen de la nada (y II)

El ser humano, sobre todo el ser humano occidental, necesita que detrás de cada realidad que percibe haya algo que sustente aquello que percibe

En el artículo anterior dejé formulada una pregunta que merece, así lo considero, un momento de atención: ¿seremos capaces los seres humanos de crear la imagen de Dios al cruzar cientos de miles de millones de imágenes del universo a través de la inteligencia artificial? Si Dios nos creó a su imagen y semejanza, según leemos en el relato genesíaco, ¿no estamos destinados a retornar a aquel desde cuya imagen fuimos creados? ¿Será este mundo artificial y paralelo que ya hemos creado quien nos ayude a esto? Habrá quienes consideren que esta pregunta es algo impertinente, simplona, otros la considerarán ridícula, pero siempre habrá algún ser inteligente que se detendrá unos instantes para pensar en la oportunidad de la pregunta. Ya hace años que el Bosón de Higgs (Peter Higgs fue premio Nobel de Física en 2013), llamado también la partícula de Dios, impactó al mundo científico, religioso y de todos los ámbitos del conocimiento al presentar la prueba evidente (tras años de intentos fracasados por parte del mismo Higgs) de que existe un «pegamento» invisible para el ojo humano que hace posible y visible lo que llamamos materia mientras que este bosón permanece invisible (Cristo es la imagen del Dios invisible, leemos en Colosenses 1,15). El 4 de julio de 2012 el CERN anunció el descubrimiento de esta partícula tal y como la intuyó Higgs. Se hizo momentáneamente visible. Este asunto ha quedado algo escondido pero el ser humano, ayudado por la tecnología, como hemos indicado, ha sido capaz de generar, de crear en otra realidad distinta de la física y, dentro de ella, a otro ser humano que no tiene correspondencia en el espacio y en el tiempo. Si Dios existe será fuera del espacio y del tiempo, cuando seamos capaces de hacer visible lo que hasta ahora es invisible. Estamos en camino. San Pablo ya intuyó esta cuestión cuando describió a Cristo como Alfa y Omega y la figura del Jesús de Nazaret histórico, espacio-temporal, como un anticipo privilegiado de lo que significa el ser cósmico, universal y total. En Cristo se recapitularán todas las cosas, decía el oriundo de Tarso. Más cercano a nuestro tiempo, el jesuita Teilhard de Chardin -condenado por el Vaticano- actualizó esta tesis. Sin querer entrar ahora en el trasfondo de esta cuestión, lo que sí está claro es que vivimos en este Universo para hacernos preguntas, tengan o no tengan una respuesta inmediata, y no para pasar como cadáveres. Cierto es que en mis escritos utilizo fuentes de mi contexto cultural más próximo y conocido pero un vistazo a otras fuentes de documentación de otras culturas y contextos coinciden en muchos aspectos. Les invito a que las consulten.

Recapitulando, el ser humano, sobre todo el ser humano occidental, necesita que detrás de cada realidad que percibe haya algo que sustente aquello que percibe. Si no lo encuentra, echa mano de su capacidad racional y aparece entonces el concepto. Éste parece ser suficiente para justificar todo cuanto existe. Dios ha sido así durante muchos, muchos siglos fundamento de sí mismo (Dios de Dios, Luz de luz) porque delante del concepto no había nada. Nadie ha visto a Dios pero cientos de millones de seres humanos creen que existe. Uno de los problemas que esto ha generado en el Occidente Católico ha sido la distancia radicalmente lejana e insalvable entre Dios y el ser humano. Quizás hayamos entrado en el proceso de salvarla definitivamente. Yo tuve una cosa con Dios y no es un concepto, dijo Ernesto Cardenal.

* Profesor de filosofía

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