Opinión | El triángulo
Patriotismo fijo discontinuo
Imagine que tiene un vecino con el que no se lleva bien. Viven puerta con puerta, se ven a diario y comparten rellano. Oye los ruidos tras las paredes e incluso conversaciones sobre usted en las que no sale bien parado. Critica a su familia y le acusa de ser el peor residente del edificio. Malmete a los demás, le difama y pone en duda su honorabilidad. Constantemente. Con esfuerzo y paciencia, lo soporta.
Con ese habitual sonsonete de desprestigio de fondo, un día usted sufre la agresión de una persona de otro bloque. Y no una cualquiera, sino el presidente de una comunidad con la que mantiene una relación estrecha y colaborativa. Ha sido invitado por su vecino, quien le ha pedido previamente las llaves de la piscina para disfrutar de una tarde de baño juntos y usted se las ha dado en un ejercicio de hospitalidad.
Hace unos días, el presidente de Argentina visitó España para supuestamente presentar su libro. Santiago Abascal le invitó a participar en un mitin de Vox. Se abrazaron y clamaron por la libertad. Javier Milei dijo, entre otras cosas, que el socialismo esconde lo peor del ser humano, que la justicia social es injusta y la mujer de Pedro Sánchez, una corrupta. Lo hizo ante miles de personas y junto a otros líderes de la extrema derecha europea.
Para algunos, el patriotismo es fijo discontinuo, como los contratos laborales. Se les llena la boca de España cuando les interesa enardecer a las masas y les importa un bledo que alguien venga de fuera a faltarle el respeto a los españoles, incluido el presidente. El jefe de Gobierno es el representante legítimo del pueblo español, le pese a quien le pese y se llame como se llame. No es la persona, es la institución. Discrepar de sus cinco días de descanso, de sus contradicciones o de su ideología entra dentro de los límites del juego político, pero no la violencia verbal permanente a la que la extrema derecha le somete. Quienes justifican este ataque como una simple crítica hacia su mujer se equivocan. Se trata de una embestida contra el Estado de Derecho porque, además, se olvidan de la presunción de inocencia. Recuerden cuando Zapatero defendió a Aznar ante los insultos de Hugo Chávez en 2007 y bajo la mirada de Juan Carlos I, que le gritó aquello de "¿por qué no te callas?" al presidente de Venezuela. Se trataba de lealtad institucional.
Han pasado varios días y Milei no se retracta, todo lo contrario. Quien lo defiende recordando las recientes palabras de Óscar Puente, que dijo que el presidente argentino consumía sustancias, obvia la diferencia entre ambos. El ministro reculó parcialmente y frenó la polémica. Quien criticó el traspiés de este último no puede respaldar ahora el de Milei. Mejor dicho, puede, pero que sea consciente de que su posición es contradictoria y sectaria.
- Periodista
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