Opinión | PARA TI, PARA MÍ

“¡No tengas miedo, resucitó!”

Hoy, domingo de resurrección, es un buen día para «resucitar» las zonas muertas de nuestra vida

La Semana Santa no termina en un sepulcro, ni las hermandades y cofradías cierran sus puertas tras la procesión del Resucitado. Todo lo contrario. En la noche de una humanidad golpeada y lacerada por el mal, se enciende un cirio que denominamos como «Cirio pascual», símbolo y presencia de Jesús resucitado. Por eso, el papa Francisco exclama gozosamente: «¡No tengas miedo, resucitó! Tus expectativas no quedarán sin cumplirse, tus lágrimas serán enjugadas, tus temores serán vencidos por la esperanza. Porque, sabes, el Señor te precede siempre, camina siempre delante de ti. Y con Él, siempre la vida comienza de nuevo». La Semana Santa, empapada de lluvia, entre tantos anhelos emocionados y desgarros cofrades, nos ofrece el Domingo de Pascua como colofón esplendoroso de la pasión y muerte de Jesús. Cada teólogo nos ofrece su mejor explicación, desde la orilla del asombro: «La muerte y vuelta de Jesús no fue como la del sol que se pone en la tarde y regresa, idéntico, a la mañana siguiente. Lo que volvió el domingo fue un hombre-Dios multiplicado por sí mismo, ya vencedor inmortal, conquistador para todos de una «nueva vida». Si en Caná convirtió el agua en vino, en el sepulcro convirtió el agua clara de su vida en el vino vertiginoso de su salvación. Si entendéis todo esto, habréis descubierto por qué yo, --nos escribía Martín Descalzo, en su obra «Vida y misterio de Jesús de Nazaret»--, apoyo en esa Resurrección todas mis esperanzas». Y Dietrich Bonhoeffer comentaba con radicalidad poética la resurrección: «No será el arte de hacer el amor, sino la resurrección lo que dará un nuevo viento que purifique el mundo actual. Porque el mundo no lo ha entendido aún, el mundo es triste. Y, lo que es más asombroso, por eso somos tristes los cristianos. Esta es, sin duda, la mayor de las paradojas de nuestro tiempo: ¿Cómo es posible que los herederos del gozo de la resurrección no lo lleven en sus rostros, en sus ojos? ¿Cómo es que, cuando celebran sus eucaristías, no salen de sus iglesias oleadas de alegría? ¿Cómo puede haber cristianos que dicen que se aburren de serlo? ¿Cómo hablan de que el Evangelio no les «sabe» a nada, que orar se les hace pesado, que aluden a su Dios como hablando de un viejo exigente cuyos caprichos les abruman? ¿Por qué extraños vericuetos de la historia fueron perdiendo ese gozo que era lo mejor de su herencia?». Escalofriantes preguntas que deben abrirnos los ojos del alma y los oídos del corazón para encontrar enseguida las respuestas. Cuando hablamos de la resurrección de Cristo, hablamos de un «mundo de plenitudes infinitas2. Jesús, al resucitar, no da un paso atrás, sino un paso adelante. No es que regrese a la vida de antes, es que entra en la vida total. No cruza hacia atrás el umbral de la muerte, sino que da un vertiginoso salto hacia delante, penetra en la eternidad, entra allí donde no hay tiempo. Su resurrección no aporta un «trozo» más a la vida humana, sino que descubre una nueva vida y con ello, «trastorna» nuestro sentido de la vida, al mostrarnos una que no está limitada por la muerte. Jesús entra, por su resurrección, en esta nueva vida con toda la plenitud de su ser, en cuerpo y alma, entero. Como ha escrito un poeta, al resucitar “todos creyeron que él había vuelto. Pero no era él, sino más. Era él, pero más él, era el definitivo”. Esta es la gran apuesta que los cristianos nos jugamos en la resurrección de Cristo, si él no resucitó, somos los más desgraciados de los hombres, como dijo san Pablo. Por eso, el Papa nos recuerda que «Jesús está vivo, aquí y ahora». Y subraya con fuerza: «Camina contigo cada día, en la situación que te toca vivir, en la prueba que estás atravesando, en los sueños que llevas dentro. Abre nuevos caminos donde sientes que no los hay. Aunque todo te parezca perdido, por favor, déjate alcanzar con asombro por su novedad: te sorprenderá».

Hoy, domingo de resurrección, es un buen día para «resucitar» las zonas muertas de nuestra vida: «Horizontes perdidos, metas olvidadas, compromisos no cumplidos». Creer en el Resucitado es resistirnos a aceptar que nuestra vida es solo un pequeño paréntesis entre dos inmensos vacíos. Creer en el Resucitado es rebelarnos con todas nuestras fuerzas a que esa inmensa mayoría de hombres, mujeres y niños que solo han conocido en esta vida miseria, humillación y sufrimiento queden olvidados para siempre; es confiar en una vida donde ya no habrá pobreza ni dolor, nadie estará triste, nadie tendrá que llorar; es saber que todo lo que aquí ha quedado a medias, lo que no ha podido ser, lo que hemos estropeado con nuestra torpeza o nuestro pecado, todo alcanzará en Dios su plenitud. Nada ser perderá de lo que hemos vivido con amor o a lo que hemos renunciado por amor. Manuel Alcántara, periodista y poeta, concentró en dos versos el fulgor de la resurrección: «Porque es mucho misterio para un hombre / este que transportamos por la frente». Y es que más allá de toda derrota, maldad y violencia, el Resucitado vive y el Resucitado gobierna la historia.

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