Opinión | Latidos

Dios sufre con nosotros

Hoy, Viernes Santo, la cruz adquiere todo el protagonismo en el drama de la pasión y muerte de Jesús. En torno a la cruz, la liturgia de la Iglesia escucha la lectura de la pasión, la besa con intenso fervor, eleva sus más fervientes súplicas en una «oración universal» y contempla el Gólgota como manantial de salvación para la humanidad. Ante el Crucificado empezamos a intuir que Dios, en su último misterio, es alguien que sufre con nosotros. Nuestra miseria le afecta. Nuestro sufrimiento le salpica. No existe un Dios cuya vida transcurre, por decirlo así, al margen de nuestras penas, lágrimas y desgracias. Él está en todos los calvarios de nuestro mundo. Por eso, el papa Francisco nos invita a que hoy, Viernes Santo, miremos al Crucificado y le digamos: «¡Señor, cuánto me amas, qué valioso soy para ti». «Dejémonos sorprender por Jesús para volver a vivir, subraya el Papa, porque la grandeza de la vida no está en tener o en afirmarse, sino en descubrirse amados».

Las hermandades nos ofrecen hoy imágenes entrañables como la Expiración, la Soledad, el Descendimiento, la Conversión, nuestra señora de los Dolores y cerrando las procesiones, el Santo Sepulcro. En el drama de la pasión de Cristo, percibimos «siete pecados» y escuchamos «siete palabras». Los pecados tienen nombre concreto y personajes conocidos: «La traición de Judas, la negación de Pedro, la huida de los discípulos, la injusticia de una sentencia, la cobardía de Pilato, el escarnio manipulado de una multitud y la curiosidad de los que contemplan un espectáculo». Y las siete palabras de Jesús, que comienzan perdonándonos por nuestra ignorancia irresponsable y nos ofrecen el regalo de una madre. Una palabra de gratitud a nuestras hermandades, que tanto se han esforzado por ofrecernos una fe, como «memorial» de la vida, muerte y resurrección de Jesús.

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