Opinión | Al trasluz

Ser y no ser

No seré yo quien enmiende la plana a Shakespeare. En la primera línea de la primera escena del tercer acto de Hamlet, nos encontramos con la frase más conocida del soliloquio más importante de la literatura universal: «ser o no ser, esa es la cuestión». El mayúsculo dramaturgo inglés plantea a través del personaje la duda existencial más radical: existir o no existir, vivir o morir. En esos términos, en esa época y de la boca de Shakespeare muchas escenas, y por tanto pensamientos vestidos de diálogo, no eran sino una fuga al absoluto. Visto desde aquí y desde ahora todo lo de ese tiempo parece sólido pues, aunque la inestabilidad estuviera tan presente como en otros periodos se trata más bien de fluctuaciones políticas que de otra cosa. La pujanza económica comenzaba a sonreírles y es que el imperio inglés empezaba a fraguarse por entonces impulsado por sus barcos, mercaderes y tropas. La drástica radical disyuntiva que Shakespeare pone en labios de Hamlet ha acompañado siempre al ser humano. No hay casualidad en que casi trescientos cincuenta años después, en un contexto bien distinto, Albert Camus, otro gigante, afirmase al comienzo de su ensayo El mito de Sísifo: «No hay más que un problema filosófico verdaderamente serio, y es el suicidio». Pese a las profundas y perceptibles diferencias entre ambos autores, ambos momentos y ambos mundos las cavilaciones de uno y otro parecen ir por la senda de lo rotundo y concluyente: o lo uno o lo otro, o esto o aquello, imposible las dos cosas a la vez. Hoy, nuestra realidad no responde ni exacta ni necesariamente a un designio semejante. Hoy, llevados por las posibilidades que la ciencia ha puesto a nuestro alcance y la debilidad o ausencia de cotos vedados a la voluntad nos movemos en otro tipo de parámetros. Hoy se puede ser y no ser a la vez, los avances en el terreno de la técnica y de la escabrosa posverdad permiten conducir hasta sus últimas consecuencias la naturaleza dialéctica de las personas y las cosas. Se puede ser mayor y no mayor, hombre y no hombre, mujer y no mujer, de izquierdas y no de izquierdas, liberal y no liberal, conservador y no conservador, creyente y no creyente, demócrata y no demócrata... incluso puede ser invierno y a la vez no serlo... Pero aún me falta por citar a otro de los grandes, me refiero a Hegel, quien mostró que todo lo inconcluso es inevitablemente dialéctico pues por estar inacabado tiene en sí el germen de su propia negación y destrucción. Eso que por entonces, a caballo de los siglos XVIII y XIX, no pasaba de ser una brillante aportación filosófica ha pasado a convertirse en el pan nuestro de todos los días. En la política, en la cultura, en los medios de comunicación y en muchos otros ámbitos de la vida nos encontramos a minúsculos que a la vez son mayúsculos porque son y no son a la vez. El nuestro no sólo es un tiempo líquido, como decía Bauman, es también un tiempo de máscaras, máscaras que, como habrán podido comprobar, no desaparecen al finalizar los carnavales. Caretas que permiten, sin pudor ni rubor, ser esto y aquello, incluso ser esto hoy y mañana aquello. Hay quien se divierte así pero también hay quien así vive.

*Profesora de la Universidad de Zaragoza

Suscríbete para seguir leyendo