Opinión | con permiso de mi padre

Viejos y desenchufados

Nuestros mayores lo tienen complicado para seguir haciendo muchas de las cosas que hacían hasta ahora

Imaginen que un día despiertan y su mundo les resulta totalmente desconocido, un mundo en que el lenguaje y las maneras de actuar no tienen nada que ver con su forma de entender la vida hasta entonces, como si fueran ustedes marcianos en su propia casa. Que fueran incapaces de acceder a su dinero, a comunicarse, a pedir una cita médica...y que todas las explicaciones no les ayudasen en absoluto.

Pues así se sienten a diario millones de personas que han quedado desenganchadas de los avances tecnológicos, sea por su edad o por su situación socioeconómica. Como analfabetos que no entienden de qué se les habla, y con esa misma impotencia y frustración.

Hacer la declaración de la renta, pedir pruebas médicas, consultar el saldo en cuenta, efectuar una transferencia, recargar el bono transporte... Imposible todo sin ayuda de «un experto» que les guíe por el complicado mundo de internet, las aplicaciones móviles y las claves digitales.

Hace un tiempo se puso en marcha una campaña (’Somos mayores, no idiotas’) para concienciar a las entidades bancarias de que la mayoría de nuestros mayores no son capaces de realizar transacciones a través del móvil o de los cajeros automáticos (¡como si los bancos no lo supieran ya!) y los bancos, en lugar de facilitarles acceso y prestarles ayuda, les complicaban la vida negándoles la posibilidad de acudir a las entidades excepto a horas muy concretas.

También es verdad que la pandemia y el confinamiento ilegal no han contribuido mucho a facilitar trámites, con funcionarios atrincherados tras la cita previa para toda acción, con oficinas a las que es imposible acudir porque están de puertas cerradas, y con un ‘hágalo a través de nuestra web’, o con un ‘marque o diga en voz alta su número de orden en la lista de la clase de séptimo de EGB’ si quiere dar su consentimiento para no sé qué.

Se va perdiendo el trato humano en las relaciones, y en parte es lógico, porque queremos acceso a todo en cualquier momento, bien para comprar fresas en julio en otro continente, bien para encargar unos zapatos a las 5 de una madrugada de desvelo.

Es el progreso, el consumismo y el capitalismo a veces feroz (aunque nos lo pinten de verde, de ‘social’ o de ‘circular’ en sus anuncios con modelos jóvenes y racializados), que no entienden de personas de verdad, sino de balances y de beneficios, y dejan desprotegidos a quienes no pueden seguir el ritmo.

Porque reconozcan que debe de ser una triste pena sentirse, además de viejos, inútiles. Que podemos denominarlo con las palabras que queramos, desde tercera edad a ‘personas con años vividos’ o ‘seres experienciales’, o cualquier término ‘woke’ que se les ocurra para amortiguar la realidad, pero lo cierto es que nuestros mayores lo tienen complicado para seguir haciendo muchas de las cosas que hacían hasta ahora. Y no les echen la culpa por no aprender, que muchos de ustedes también piden ayuda a sus adolescentes para instalar aplicaciones en su teléfono o para configurar la wifi. Pues, lo mismo, pero con 30 años más y con la sensación de que los hemos dejado a su suerte y que no pintan nada en esta vida. Ellos, que nos enseñaron a nosotros todo aquello que, de verdad, nos es importante y vital.

Ya verán ustedes, queridos compañeros de generación «baby boom», cuando entre de lleno la IA en nuestras vidas. Ahí entenderemos la auténtica extensión del concepto ‘inútil digital’. Ya verán, ya.

* Periodista

Suscríbete para seguir leyendo