Opinión | cosas

Retrato del colono imaginario

Una reactualización de las colecciones no puede mermar el potencial museístico de Madrid

No puede decirse que los Museos sean espacios muertos, y menos en estos tiempos. Desgraciadamente, sus obras se han convertido en un blanco fácil, mediático y cuasi cobarde para la ira. La última, el lanzamiento de un bote de pintura a la Gioconda, una subversión ecologista con truco, pues el cuadro más famoso de Leonardo da Vinci está bien protegido en su cristal blindado. Peor lo pudo tener la Venus del Espejo de Velázquez, el bellísimo lienzo reincidente en las protestas, pues ya al principio del siglo pasado lo rajó una sufragista.

Es bueno alejarlos de conceptos apolillados, pero la vivificación de los Museos no puede confundirse con insuflarles una ideología, o ser apeaderos de una instrumentación política. Ernest Urtasun, el nuevo ministro de Cultura, hizo la semana pasada su puesta de largo. Bien consciente sería el señor ministro de que el titular de su declaración sería su apuesta por la descolonización de los museos españoles, una suerte de cruzada, si esta expresión no fuera un oxímoron para esas sus pretensiones redentoras. Urtasun quiere convertirse en un fray Bartolomé de las Casas de las pinturas colgadas en nuestras galerías museísticas, como si los marcos fueran sus cadenas. El fraile dominico siempre será objeto de controversia, pero estas alturas no podemos azuzar una espuria y anacrónica leyenda negra. Esa querencia de flagelarnos y pegarnos un tiro en el pie también se decanta ahora a esos reservorios de nuestro patrimonio cultural. Ya flota en el aire el retorno del tesoro de los Quimbayas que Colombia regaló a España, pero poco estímulo veo en salvar los vestigios del galeón San José, hundido en el Caribe colombiano, estando tentado el presidente Gustavo Petro en rentabilizar su lucrativa carga. Habría preguntarse si con las tesituras de Urtasun habría sido posible el necesario tesón para recuperar el tesoro de la fragata Mercedes.

Las colecciones museísticas son fruto de los avatares de los tiempos y del heroico comportamiento de sus conservadores en momentos trágicos --piénsese en el Prado durante la guerra civil, o en Louvre con la ocupación de París por las tropas de Hitler--. Puede haber supuestos legales, aunque con un rebufo ominoso, como el Pissarro expoliado por los nazis pero que el Tribunal de Apelaciones de California ha reconocido que el Museo Thyssen es el legítimo propietario de la obra. Pero no juguemos a un cándido masoquismo, que nos llevaría reclamar toda la riqueza artística erigida en la América de los virreinatos. Cusco, por ejemplo, tiene ese mágico halo incaico, pero descolla por su exuberancia criolla. Para pillaje, póngase en contacto con el Museo Británico y apelen a la homologación europea para retornar a Atenas el friso del Partenón. Dígase lo mismo de las Venus de Samotracia o El escriba sentado del Louvre. O intenten desarraigar a Berlín del busto de Nefertiti. Y si la Venus de Velázquez emigró a la National Gallery de Londres, nosotros nos beneficiamos de la pericia de Luis de Haro ante el bruto fanatismo de las huestes de Oliverio Cromwell para acabar con la colección de Carlos I Estuardo.

Puestos a esa descentralización, espero que tampoco ponga objeciones a que las piezas del románico aragonés abandonen los museos catalanes. Una reactualización de las colecciones no puede mermar el potencial museístico de Madrid que, hasta que se demuestre lo contrario, es la capital de todos los españoles. No está mal disfrutar musicales, pero lo primero de hacer los Madriles es presentar periódicamente mis respetos a Las Meninas. Por muy lúcida que fuese su respuesta, espero que el señor Urtasun no imite a Jean Cocteau, que al preguntarle qué salvaría de un museo en un incendio, cínicamente respondió: el fuego.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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