Opinión | al paso

200 años de Policía Nacional

Se cumplen 200 años de la creación de la Policía Nacional y tengo ganas de piropearlo. Pero, claro, no es lo mismo ver las cosas desde la distancia que haberte criado con ellos porque indudablemente el que mi padre fuese Policía Armada y Nacional me hace analizar la cosa desde un punto de vista como mínimo mucho más entrañable. José Santiago Arroyo entró en el año 68 y entre la segunda actividad y la jubilación total salió en el siglo XXI. Así que imaginen si chanela del tema. Después de aprobar con el número 1, ingresó en la academia de Canillas. Su primer destino fue Madrid, del cual me dice que es una ciudad maravillosa para el que tenga dineros, pero no para los currantes.

Barcelona le gustó más, pero mi hermano tenía asma y un buen mando lo destinó a Córdoba por el clima y aquí nos quedamos excepto un verano en La Línea, y otro en la cárcel de Alcalá Meco custodiando etarras. Mi padre siempre tuvo claro que la función de un policía de verdad es mantener el orden social a costa de su integridad física y, sobre todo, acudir presto al auxilio de cualquiera. Sus mejores recuerdos son, cómo no, de sus compañeros: Manuel Sánchez Martínez, que lo conoció en Canillas y el hombre se quedó en Madrid y se hizo presidente de la peña flamenca de Madrid; Romasantas, con el que además antes había servido en la mili; Bermúdez Serrano, tan valiente como despistado, pero un hombre extraordinario al que le explotó una bomba de Eta; Ariza ‘El Malospelos’, que luchando mucho consiguió hacerse cabo y que hablar de sus andanzas sería más interesante que las de Colombo; Ariza el pintor, que tenía una cultura extraordinaria; García Cubero, un amigo entrañable que le dio mucho apoyo; Vallesquino Queros, que hubo un incendio en lo alto de la sierra y el teniente, que era más bruto que un arado, sin darse cuenta se quedó rodeado por las llamas y Vallesquino, arriesgando su vida, entró al fuego y se lo llevó de un perchazo y el teniente, que como digo era muy bruto, le dijo en vez de agradecérselo: «¡Coño!, no me va a matar el fuego y me vas a matar tú del perchazo»; Valle Ballesteros, un hombre muy puesto en la vida y que ayudó económicamente a un sinfín de compañeros; Garrido, un auténtico luchador de los derechos de los policías al que aún se le debe a un gran homenaje o él mismo, que una vez estaba ardiendo una casa en Cañero y entró sin protección alguna y sacó a una anciana de una muerte segura. Imaginen si me pongo a contar cosas de durante cuarenta años. Mi padre dice que los auténticos compañeros son con los que bregas todos los días, es decir, los de las bases.

Pero quizá su mayor mérito fue que en unos tiempos mucho menos preparados para la diversidad, el ser gitano no le supuso ninguna traba y, menos aún, ningún complejo para ingresar en el Cuerpo Nacional de Policía y ocupar ese espacio que parecía vedado a los calés. Mi padre sabe, y así lo transmitió a sus hijos, que la solución a la discriminación es luchar, aunque sea el triple que los demás, por ocupar puestos de responsabilidad laboral que nos den categoría social y así al racista se le pone una barrera infranqueable porque no puede discriminar al que está por encima de él. Como mucho, tenerle tirria.

Pero la tirria mi padre se la pasaba por el Arco del Triunfo (y yo también). Así que en cuanto al racismo por ser gitano en la Policía, no voy a gastar más letras, porque por dos o tres energúmenos que siempre hay no vamos a juzgar a un Cuerpo con un compañerismo con mi padre precioso y generalizado. De hecho, yo compruebo cómo lo saludan sus antiguos compañeros cuando se lo encuentran por la calle y les puedo asegurar que esa alegría y cariño no la advierto ni en gitanos ni en payos, ni en chinos ni en extraterrestres que vinieran. Así que hoy mando un abrazo fuerte a todo este Cuerpo Nacional no solo por cumplir 200 años de existencia, sino por haber hecho a mi padre tan feliz.

* Abogado

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