Opinión | LA VIDA POR ESCRITO

La era de la desinformación

La producción y el trasiego de información es ya lo que más vale y lo que provoca mayores cambios

El conocimiento de la estructura y funciones del ADN nos ha permitido ver que la vida es esencialmente un flujo de información. Y en la escala del átomo y las partículas subatómicas, la física cuántica apunta a que la realidad es básicamente información. Por eso, no hay nada sorprendente en que la humanidad haya evolucionado hasta la era de la información. La producción y el trasiego de información es ya lo que más vale y lo que provoca mayores cambios en el mundo. Pero igual que en el ADN se producen mutaciones, errores y mensajes sin sentido o engañosos, la sociedad está amenazada por lo que se conoce como desinformación, una información incompleta, imprecisa o incluso falsa y malintencionada. Los ciudadanos, conscientes de ese inmenso poder que el flujo de información tiene sobre nuestras vidas, estamos en la obligación de controlar la calidad de la información que nos llega, igual que controlamos la calidad de los alimentos que consumimos.

El escepticismo científico emerge como una herramienta esencial para discernir entre la verdad y la desinformación. La capacidad de cuestionar, analizar y validar las afirmaciones a la luz de la evidencia científica es fundamental para construir un conocimiento sólido y resistente. Este escepticismo no implica un rechazo infundado, sino más bien un enfoque crítico ante los discursos engañosos. En el núcleo del escepticismo científico yace la premisa de que todas las afirmaciones deben someterse a un escrutinio riguroso. La ciencia misma opera en el terreno de la duda constante: las teorías son probadas, refutadas o refinadas a medida que surgen nuevas evidencias. Este enfoque, lejos de debilitar la confianza en el conocimiento, lo fortalece, pues cada afirmación que resiste el escrutinio se convierte en un pilar más robusto de nuestra visión del mundo.

La desinformación, como las emociones, se propaga más fácilmente; por lo que, en un mundo digital saturado de mensajes, el escepticismo debe ser el mejor antídoto contra la proliferación de afirmaciones falsas, más cargas de emoción que de razón. Cuestionar las noticias y declaraciones, especialmente aquellas que despiertan emociones intensas, es esencial para evitar caer en las trampas de la desinformación.

Fomentar el escepticismo científico comienza en las aulas. Enseñar a los estudiantes a formular preguntas, buscar evidencias, y entender la metodología científica preparará a la ciudadanía para distinguir la realidad de la ficción. Los medios de comunicación también tienen un papel fundamental en la formación del escepticismo. Un periodismo riguroso, basado en hechos y contextualizado en la evidencia científica, no solo alimenta un escepticismo sano, sino que contribuye a una ciudadanía más robusta.

Las nuevas tecnologías, al tiempo que amplifica la difusión de información y desinformación, también ofrece herramientas para verificar y refutar afirmaciones. Plataformas en línea, bases de datos científicas y comunidades de expertos permiten que el escepticismo se materialice de maneras que antes eran inimaginables. Sin embargo, también plantea el desafío de discernir entre la información precisa y la que no lo es, por lo que se requiere un escepticismo informado.

Aunque el escepticismo es esencial, también puede ser mal guiado, no científico, y dar lugar a teorías de conspiración infundadas. Este fenómeno destaca la importancia de canalizar el escepticismo hacia un terreno abonado por la evidencia, donde la duda se convierte en un motor para el descubrimiento y no en un obstáculo para la comprensión y el desarrollo de un modelo del mundo que nos permita vivir en él.

En un mundo contaminado por la desinformación, el escepticismo científico se destaca como el filtro que nos permite beber las aguas enturbiadas de la información. La búsqueda de un conocimiento basado en la duda y en las pruebas es esencial para una sociedad bien informada y robusta. El escepticismo no es un obstáculo, sino la senda que nos conecta con la realidad

* Profesor de la UCO

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