Opinión | CALIGRAFÍA

Equivocarse

Hace unos meses vino al despacho uno de los visionarios tecnológicos de la ciudad, a explicarnos lo que la Inteligencia Artificial (IA) estaba haciendo y podía hacer por los abogados. Escribo visionario con respeto: es un importante empresario y suele acertar porque se adelanta. En efecto, dando unas mínimas instrucciones y haciendo clic, un móvil o un reloj o un ordenador o una cafetera habilidosa ofrecen un escrito técnico al instante, muy bien trabado y desde luego superior a lo que un humano, cualquiera, puede escribir en dos segundos. Él era optimista y pensaba que los despachos que incorporen esta herramienta serán los que sobrevivan. Yo creo que va siendo el último clavo del ataúd de una profesión agonizante, zombie, que se mantiene en pie sin saber que está muerta (y por el ejército de gente deseando descabezar zombies, naturalmente).

Un problema de la IA es que vuela por los aires un discurso tradicional de los técnicos, chascarrillo universal, que defiende que no se cobra por el resultado, sino por el conocimiento y el proceso. No cobro por el papel sino por saber qué poner, no cobro por apretar el tornillo sino por saber qué tornillo apretar. Es archiconocido. La IA lo anula porque, en un escrito generado con IA, sólo existe resultado, sin antecedentes. No hay investigación o desarrollo, rectificaciones o experiencias. Simplemente surge el fruto. No es muy distinto de la forma de trabajar de una parte del gremio, que lleva años moviendo huesos de una tumba a otra, erosionando el controluve de sus teclados, copiando incesantemente formularios u otros escritos o pasajes doctrinales o jurisprudenciales. Claro: sabido que toda la reflexión o la investigación es adobo de las tres líneas de genuina creatividad o adaptación, a ese conocimiento no se le da ninguna importancia, sucediendo que al final se decide o argumenta en una línea, de la que todo lo demás es disimulo. Lo he visto: sentencias o demandas que tienen de nuevo un renglón, identificable además porque está escrito con un estilo completa-mente diferente. Esto no es culpa de la IA, pero la IA se lo ha encontrado hecho.

Ya hay quien hace publicidad de su despacho diciendo que son expertos en hacer sus escritos con IA. Mal comienzo. Intento consolar a mis alumnos diciéndoles que nuestra ventaja es la lentitud, que del esfuerzo en hacer algo se aprende y aporta, que los errores son formativos: cuántas genialidades no nacerán de la incapacidad de hacer algo bien. Pienso en los muchos días de estudio concretados en cinco o seis líneas, en vez de los cinco segundos que dan en muchas páginas. En lo que se alega por experiencia e instinto. En la belleza de un hallazgo verbal concreto o de una visión -esto es infrecuente- original. Pero soy pesimista. Y creo que al margen de que oficios antiguos y nobles desaparezcan, y nos juzguen y defiendan tablets; sucederá que, en un mundo con escritos kilométricos que crecen como setas, de una vez por todas, nadie leerá en justicia absolutamente nada.

 ** Abogado

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