Opinión | escenario

Puntualidad

«He conocido personas impuntuales, algunas hasta extremos enfermizos»

Hace muchos, muchos años --como empiezan algunos cuentos-- me invitaron, junto a unos cuantos actores y actrices del teatro ARA de Málaga, a una fiesta en Marbella. Se trataba de promocionar la urbanización de Puerto Cabopino, que simulaba --y simula-- la estética de un pueblo marinero, con construcciones escalonadas y en abanico, que rodean una gran plaza donde se encuentra el embarcadero. Es la única vez que he estado allí, así que no sé cómo seguirá en la actualidad; por aquel entonces estaba casi en la fase proyecto y el objetivo prioritario era vender viviendas, pero esto no hace al caso, aunque sirva para situar la acción. En la invitación que nos dieron, una cartulina color crema la mar de elegante, todo era convencional menos la hora: el atardecer.

Ahí ya nos hicimos un lío. ¿Qué hora era el atardecer? Hoy día acudiríamos a Google y nos contestaría que los atardeceres del mes de julio en Málaga se producen entre las nueve y media y las diez menos veinte. Como no teníamos Google, acudimos al diccionario, que tampoco es demasiado explícito, porque establece que el atardecer es el tiempo durante el cual atardece o, de otra manera, cuando empieza a caer la tarde, siendo la tarde la parte del día comprendida entre el mediodía y el anochecer. Total, un momento muy bonito y muy romántico, pero nos quedamos igual, así que, después de debatir ampliamente el asunto, decidimos encajar el impreciso atardecer en las nueve de la tarde-noche. Naturalmente, nos equivocamos. No pensamos que, tratándose de Marbella, ésa es la hora en que la gente vuelve de la playa. Cuando llegamos al lugar de la celebración, los camareros comenzaban a preparar las mesas para el cóctel. Y el que nos había invitado, no apareció por allí hasta bien entradas las once de la noche.

Nosotros nos adelantamos y él se retrasó. Si la puntualidad consiste en el cuidado y la diligencia para llegar a un lugar o marcharse de él a la hora convenida, todos fuimos impuntuales, pero desde luego mucho más perdonables los que llegamos con anticipación. A lo largo de mi vida he conocido personas impuntuales, algunas hasta extremos enfermizos, que --por norma-- exceden los diez o quince minutos que se consideran de cortesía, que al mismo tiempo suponen una descortesía para los que han llegado puntuales. A los impuntuales les vendrían bien las invitaciones al atardecer o cualquier otro momento indefinido que puedan utilizar como pretexto.

*Académica

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