Opinión | CAMPO Y CIUDAD

Cicerón

Decía Marco Tulio Cicerón, hace más de 2.000 años, con sus personales luces y sombras, en aquella Roma imperial, época carcomida por la corrupción y la iniquidad de sus gobernantes, algo que no pierde actualidad, como que el buen ciudadano era aquel que no podía tolerar en su patria un poder que pretendiese hacerse superior a las leyes; manifestando a este respecto la necesidad de contener al poder político a través de un sistema de fuerzas en equilibrio, y equilibradoras, pues de no ser así los hechos llevarían a la exaltación de la legitimidad para justificar el alzamiento social frente a la actuación quebrantadora de la ética y la moralidad pública; deterioros que acarrearían tanto la deshonra de la ley, abocada su instrumentalización entonces a los efectos de conseguir una eficacia obligatoria en relación con arbitrarias decisiones, como al germen de la misma decadencia, la destrucción del Estado y de los pilares de la convivencia.

Y en este sentido se alude, ‘sensu lato’, a la desafortunada falta de preparación de nuestra clase política, como una de las críticas con respecto a ella más comunes y repetidas. La formación intelectual y la educación de aquel individuo o de aquella persona que iba a ocupar un cargo público eran esenciales en la antigüedad. Debían dominar el escenario político y tener preparación, capacidad y conocimiento para afrontar los desafíos políticos. En Roma, se tenía que ser un buen orador y aportar experiencia administrativa. Si no se tenían méritos, jamás se entraba en el núcleo de la política, aunque no obstante la corrupción acabaría dando al traste con este principio permitiendo que gentes amorales e inmorales, sin límites para su degradación, ingresaran en este corrompido grupo elitista.

De nada servirían las instituciones si no estuvieran imbuidas de los valores y principios constitucionales. Su ejemplaridad conlleva un plus de responsabilidad de carácter extrajurídico, exigible a todos, pero aún más a los que desempeñaban cargos públicos, que estaban obligados a una rectitud en todos los ámbitos de su personalidad.

*Doctor Ingeniero Agrónomo. Licenciado en Derecho

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