Opinión | GUADALQUIVIR

Ánimas benditas

En este mes de noviembre, mes de difuntos, en muchas casas han encendido las velas por las ánimas que sufren el purgatorio. Pienso que debe haber ánimas benditas y malditas, pues no todas alcanzan el cielo aunque pretendan conquistarlo con malas artes. En el purgatorio deben valer las buenas intenciones, las nobles actitudes reconocidas como positivas, el respeto al prójimo, la verdad frente a la mentira. El miedo al infierno social puede inducir a intentos manipuladores, a invertir energías contra otros inocentes que también quieren gozar de la gloria eterna, pero entre los justos. Menudo mes de noviembre nos queda en este tránsito del estar aquí y querer estar allí. Me fui al cementerio, donde conté mil batallas de hombres y mujeres que en sus días de vida fueron buenas personas sembrando progreso, ideas, compañerismo, aciertos y fracasos. Quizás el mayor fracaso fuese morir en vida, y a eso le teme el ser humano como a una vara verde, o no.

La muerte puede ser el ocaso o el principio. El 1 de noviembre de 1700, falleció el rey Carlos II sin descendencia. La regencia fue ocupado por el palmeño y cardenal Luis Manuel Fernández Po rtocarrero, si bien, previamente, había movido la conciencia del monarca para designar heredero a la corona de España, a Felipe V de Borbón. Por noviembre, en Palma del Río se celebran las jornadas de historia del cardenal Portocarrero, dirigidas por el profesor Antonio J. Díaz Rodríguez, premio nacional de Historia. Curiosamente, el galardón le fue entregado por Felipe VI de Borbón.

Este año, las ponencias y comunicaciones gravitarán sobre el vestir en tiempos de Portocarrero. Profesores de las universidades de Sevilla, Córdoba y Valladolid, junto a un numeroso grupo de historiadores nos acercarán al mundo de la moda, las apariencias, los tejidos, las lanas y sedas y el estilismo de la Edad Moderna. Entonces recordé que nuestro querido cardenal posó para el arte pictórico revestido de la indumentaria eclesiástica desde deán, sacerdote, capellán, cardenal y arzobispo. Lo contemplo con el anillo que le regaló el pontífice Clemente X y la condecoración de la cruz de la orden del Espíritu Santo otorgada por el rey Luis XIV de Francia. Y al final, humillado y triste, murió con el epitafio ‘Hic iacet, pulvis, cinis et nihil’, y entró en la Historia.

** Doctor en Historia

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