Opinión | EL TRIÁNGULO

La Iglesia, las víctimas y los abusos

Con qué facilidad nos acostumbramos a la tragedia. Tras el impacto inicial, la consiguiente rabia y la posterior indignación llega, por último, la resignación. Acabamos normalizando una guerra, los feminicidios, la coartación de libertad en países árabes o los abusos sexuales por parte de religiosos como parte de la vida dura e injusta que nos toca vivir.

El último informe del Defensor del Pueblo sobre abusos sexuales en el ámbito de la Iglesia es demoledor. Ángel Gabilondo presentó las 777 páginas hace unos días en el Congreso de los Diputados y todo lo que ahí señala asusta, aunque no sorprende. Era ese secreto a voces, esa intuición que no falla de algo que sospechamos hace años y terminamos constatando de una manera u otra. Por cierto, antes de dar más detalles, pueden consultarlo en la página web de la institución.

El documento recoge una encuesta realizada a 8.000 españoles de entre 18 y 90 años. El 1,13% confiesa haber sufrido abusos en el ámbito religioso, lo que extrapolado al censo de 38,9 millones de españoles empadronados arroja una cifra de 440.000 personas. Hasta hace poco, a la Iglesia no le constaba ningún caso, ahora reconoce algo más de mil; las cifras revelarían que estas prácticas habrían sido habituales, conocidas y ocultadas intencionadamente por la alta jerarquía eclesiástica. Por más fe que se tenga, parece difícil de creer que no le llegara ni una sola denuncia a lo largo de todo este tiempo.

Ante la imposibilidad de seguir mirando hacia otro lado, los cada vez más numerosos y sonados casos de pederastia y abusos en el seno de la Iglesia han obligado a la Conferencia Episcopal a entonar el mea culpa. El informe apunta, además, que algunas víctimas no solo han tenido que hacer frente a la ocultación de sus denuncias sino a presiones por parte de cargos religiosos. Todos sabemos ya a estas alturas el modus operandi de la Iglesia Católica ante la identificación de un posible depredador sexual: cambio de destino. Nada más. Ni lo apartaba, ni lo señalaba públicamente.

Han sido investigaciones periodísticas y la valentía de las víctimas las que han logrado sacar este tema a la luz pública y llevarlo a la primera línea del debate social y político. Sin embargo, la Iglesia aún va con el freno de mano. Continúa sacando pegas a esta vergüenza mundial de dimensiones insospechadas y alega que no pueden ser tantas personas como las que recoge el informe en lugar de ponerse a trabajar internamente y dedicarse a erradicar estos comportamientos entre sus religiosos. A ver cuándo se da cuenta de que ese camino no le lleva a ninguna parte, mucho menos al cielo.

* Periodista

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