Opinión | TORMENTA DE VERANO

‘Amal’

María Vioque nos retrata en su novela el rostro humano de las miles de familias palestinas

Uno de los grandes secretos de la comunicación es saber escuchar. Por eso resulta paradójico que en los tiempos donde se facilita como nunca antes jamás los mayores medios para la comunicación, vivamos tan cerrados y aislados. Nos escuchamos bastante poco, y bastante mal. Ni oímos lo que dice el otro, y cuando lo hacemos, le damos la vuelta a sus palabras según nuestra ideología e intereses. Sucede en cualquier tertulia o grupo de whatsapps. Y eso mismo le pasó al Secretario General de Naciones Unidas, António Guterres, que después de condenar «inequívocamente los horribles actos de terror sin precedentes perpetrados por Hamás el 7 de octubre en Israel. Nada puede justificar el asesinato, las heridas y el secuestro deliberados de civiles, ni el lanzamiento de cohetes contra objetivos civiles», dijo en el Consejo de Seguridad que esos ataques «no se produjeron en el vacío» y que «el pueblo palestino lleva 56 años sometido a una ocupación asfixiante... ha visto cómo su tierra era devorada por los asentamientos y asolada por la violencia; cómo se asfixiaba su economía; cómo se desplazaba a su población y se demolían sus hogares».

Valiente atrevimiento para quienes quieren un mundo simple, en blanco y negro, de buenos y malos, que no le perdonan al portugués su licencia sobre la verdad, y le exigen su dimisión. Ya hace dos años, él mismo señalaba que los niños de Gaza «viven el infierno en la tierra» ante la pasividad del mundo y la claudicación de otros lobbies. Y mientras las noticias nos cuentan los miles de muertos de la barbarie, con las escenas de dolor y destrucción, me fui a Casa Árabe, donde se presentaba el libro ‘Amal’ (esperanza en árabe) de la autora cordobesa María Vioque, que tras vivir en Palestina y otros muchos lugares del planeta nos retrata con su novela el rostro humano de las miles de familias que viven «en la cárcel más grande del mundo, sometidos a diario a toda clase de controles y humillaciones en los territorios ocupados». Desde la historia de los miembros de la familia Imad, nos relata sin maniqueísmos la Nakba o catástrofe palestina, desde la expulsión de su aldea hace siete décadas hasta nuestros días. Y junto a sus recuerdos de las laderas de olivos, la luz del otoño al caer de la tarde o el olor del arroz con cordero, esta cooperante de Naciones Unidas nos revive el dolor de todas las pérdidas en ambos lados del conflicto, y la diáspora de una población sin esperanza alguna con más de un 50 % de desempleo, siendo casi la mitad menores de edad. En una sociedad que, de otro lado, poco a poco se ha ido radicalizando fuertemente en un callejón sin salida, atropellando también los derechos individuales.

Desde generaciones, la población palestina ha creído que cambiaría su suerte. Pero, como escribiría el filósofo alemán Nietzsche, «la esperanza es el peor de los males pues prolonga el tormento del hombre». Y la espiral de violencia sigue y crece. Solamente hay dos vías reales de esperanza, señala María Vioque, la humanización del conflicto, poner nombres e historias tras las cifras de la tragedia que nos hagan empatizar y exigir soluciones justas e inmediatas, que tendrán que venir impulsadas desde fuera por la comunidad internacional. Y la propia esencia del ser humano, que despolitizada sin la contaminación de los relatos y los sentimientos enfrentados, persigue la armonía y la convivencia y rehúye el conflicto. Lo vemos con los más pequeños, que no tienen problema alguno en convivir palestinos y judíos en una misma orquesta o equipo de fútbol o cualquier actividad, donde sólo hay niños, es decir, personas, por encima de banderas y reivindicaciones. No puede ser que cada año lo terminemos con una nueva guerra y miles de víctimas inocentes. ¡Amal! Paremos esta locura.

 ** Abogado y mediador

Suscríbete para seguir leyendo