Opinión | hoy

Ese viento

«No conoce a nadie, trunca para siempre los árboles inmensos tras tantos años de poder, los descuaja...»

Un viento silencioso, profundo, poderoso, completamente in-humano, frío, que destroza y amputa tantas ramas viejas, esas ramas podridas, bajo la apariencia de tan fuertes, en esos árboles enhiestos, soberbios, pura vanidad, sin frutos, inservibles. Ese viento solitario, que no conoce a nadie, trunca para siempre los árboles inmensos tras tantos años de poder, los descuaja, los destroza sin contemplación, los desgarra como lienzos, y ahora sólo son fracaso y muerte y derrota para siempre, porque ahora sólo sirven ya para ser troceados y quemados. Ese viento que pasa por el mundo en esta noche como si fuera eterna, y agita las montañas, queriendo transportarlas; levanta los océanos en olas inmensas, desoladas, oscuras como odio, cortantes como ira, punzantes de rabia y de desgarro, y las estrella sin compasión contra las rocas. Ese viento, que aplasta a un ser humano y le arrasa la vida, es el viento furioso, desatado, de la tiniebla, que nunca alcanzará a lo humilde de las criaturas de Dios, que ceden, que se inclinan creyendo doblegarse, pero que Dios vuelve a levantarlas. Son las ramas pequeñas, los pajarillos sin ninguna protección, los pequeños peces entre acantilados hacia el cielo, las trémulas hormigas bajo tierra, las indefensas larvas, los diminutos gusanos, el ratoncillo de campo en su agujero, los pobres de las calles. Oigo ese viento en mi ventana; la empuja, la amedrenta; imagino los campos, perdidos en la noche. El viento ocupa todos los espacios. Es el poder de la maldad. Pero nuestro Padre del cielo vela por sus criaturas. Me lo dice la primera bienaventuranza, ese código de conducta que nos dejó Jesucristo para los que andamos el camino de la paz y de la vida: «Dichosos los que eligen ser pobres, porque ésos tienen a Dios por rey». El viento bíblico de aquella tempestad con los apóstoles en la barca, al que Jesucristo le ordena que cese. Esas palabras que alivian en lo más profundo de la noche, cuando todo nos dice que quizás no vuelva a amanecer: «No tengas miedo». El viento como ángel exterminador, que pasa de largo por las casas donde habitamos los hijos de la luz, «los que no hemos nacido de mera sangre derramada, ni por mero designio de una carne, ni por mero designio de un varón; sino que hemos nacido de Dios» (Jn 1,13).

*Escritor

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