Opinión | sin fronteras

Romería del Cristo del Paño en Moclín

El día 5 de octubre se celebra la procesión penitencial, a la que acuden miles de personas

En Los Montes, a veintitrés kilómetros de la ciudad de La Alhambra, se halla Moclín. Fue tierra de frontera entre el reino de Granada y el de Jaén. De ahí que, para vigilar su territorio, se erigiera un castillo árabe que todavía perdura. Entre el 4 y el 8 de octubre festeja Moclín su Feria Real en honor del Santísimo Cristo del Paño, cuya romería inspiró a Federico García Lorca para ubicar en ella algunas escenas de Yerma, obra de 1934 que recrea una tragedia en el ámbito rural. El día 5 celebra la procesión penitencial, a la que acuden miles de personas. Durante el cortejo sus vecinos portan un cuadro de Cristo con la cruz a cuestas que, según la tradición, donaron los Reyes Católicos. El icono luce marco de plata y cantoneras doradas. Entre gritos piadosos de seguidores de la comarca recorre las empinadas calles del pueblo. La romería se transforma en foco de difusión del Cristo del Paño, potenciando su fama protectora y divulgando entre sus fieles la devoción. Al igual que sucede en otros puntos de Andalucía, la cultura tradicional se guía aquí por un modo de credo que, sin abdicar de trazos remotos de carácter pagano, responde hoy a una mirada cristiana.

A la deidad se acude en solicitud de ayuda con la que resolver dilemas que quedan fuera del alcance de los humanos. Su satisfacción queda asegurada, según la creencia popular, si se ofrendan dones y sacrificios. Si el favor se recibe, el solicitante cumple con su promesa según lo dispuesto: caminar descalzo en el cortejo, acudir de rodillas hasta la ermita ubicada en la alcazaba, llevar la imagen del Cristo del Paño o cualquier otra forma de ofrenda o de sacrificio. Cuando el ofrecimiento es una cosa material de carácter duradero, se exhibe al público para proclamar el favor recibido, y se concreta a modo de exvoto. Tanto la promesa como el exvoto son formas de un mismo sistema de relación con la divinidad que surge ante situaciones críticas, cuando la seguridad del individuo se ve amenazada. La devoción toma cuerpo y forma, materializándose en una imagen. Es éste un aspecto de la religión popular que explica el porqué una persona puede ser devota de un modelo sin participar de la moral y las creencias que dictan los pastores de la Iglesia. Esto es lo que en Moclín, a lo largo del tiempo, ha sucedido con esta imagen, en torno a la cual se tejieron numerosas leyendas, algunas relacionadas con propiedades curativas y casos de esterilidad.

Tal fue la fama de milagroso del cuadro que antaño lo portaban incluso devotos ataviados con el sudario. Esta romería se inició con la centuria ilustrada, siendo prohibida entre los años 1957 y 1971. Las primeras curaciones registradas fueron las de enfermos de cataratas, conocidas por entonces como «la enfermedad del paño», lo que dio su nombre a la advocación. Pronto comenzarían a implorar el favor otros enfermos, así como infinidad de mujeres, movidas por la esperanza de llegar a ser fértiles. En otra época la romería duraba varios días y a ella acudían parejas que imploraban su intercesión, las cuales hacían un recorrido prefijado que partía de las proximidades de la aldea de Tiena. En la década de los setenta del siglo XX recuperó, tras la prohibición, el fulgor de antaño, siendo costeada hoy por quienes participan en ella.

Cuando se acude a la ermita se pueden ver en ella a otros adeptos que arrastran cadenas en los pies, así como a mujeres que pasan sus pañuelos por el lienzo o a hombres que se disputan un lugar bajo las andas del Cristo. El hecho de que la ermita se ubique en la alcazaba confiere singularidad a la romería, dado el esfuerzo que requiere el llegar a ella por parte de quienes llevan las andas. Uno de los instantes más conmovedores es el de las vueltas que, por tres veces, se le hacen al Cristo, mientras los portadores sostienen las angarillas sobre sus cabezas. Al término, los asistentes comen en un olivar cercano. El carácter religioso de la romería se manifiesta en la búsqueda, por parte de quienes participan en ella, de la intercesión divina. Esto la equipara a las manifestaciones de otras sociedades que comparten con ella una visión antropocéntrica de la deidad, contrapuesta a la de las que conciben a Dios como un ser distante y absoluto. La procesión expresa una de las formas más comunes de estrechar lazos con lo sobrenatural: la solicitud del favor, lo que se consigue cuando se insta al icono a actuar de forma favorable mediante ofrendas propiciatorias. El ofrecimiento supone un pago en bienes o un esfuerzo dirigido a la divinidad para compensar su atención extraordinaria. El cumplimiento de quienes allí acuden supone la reposición del equilibrio, una manera de saldar las cuentas. De ahí que en Moclín siempre se ofrende al Cristo algo que conlleve un sacrificio.

* Catedrático

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