Opinión | SIN FRONTERAS

La fiesta de La Candelaria en Benagalbón

Tiene lugar un certamen de pandas de verdiales al que acuden grupos de la zona de Los Montes

A cinco kilómetros del Rincón de la Victoria se halla la pedanía de Benagalbón: un pueblo blanco de origen árabe que se ubica junto al río del mismo nombre. Esta zona de la provincia de Málaga se encuentra plagada de huertas, viñedos y cortijos blancos que cuelgan de sus laderas. En el ámbito festivo la Torre de Benagalbón ha seguido los pasos de las localidades aledañas de Cala del Moral y del propio Rincón de la Victoria. Forman las tres un grupo bastante homogéneo, aun cuando varíen en la fecha de celebración de su fiesta patronal: mientras que en la Cala y en el Rincón se celebra en julio, Benagalbón lo hace el 2 de febrero, festividad de La Candelaria, Virgen a la que, tras una solemne misa celebrada en dicha jornada, se saca en procesión. En estas fiestas tiene lugar un certamen de pandas de verdiales al que acuden grupos de toda la zona de Los Montes.

En algunos lugares de la península la celebración de la Candelaria constituye un preludio de la de las Águedas. Durante ese día adquieren protagonismo las almas de los difuntos, siendo muchos los lugares en los que el cirio que entonces se bendice acompaña luego en su agonía a los lugareños, como una forma más de guiar su viaje hacia el más allá. Esos días de comienzos de febrero cargan también de sentencias el cuerpo de nuestro refranero. Así, se dice que si el día de la Candelaria es despejado, aumenta el frío; también que en «La Candelera busca y halla huevo la gallinera». Seguramente no hay agricultor que se precie que no sepa que «el día de la Candelaria, que llueva, que no llueva, invierno fuera, y si llueve y hace viento invierno dentro».

Probablemente sea la Candelaria la celebración más importante de ciclo invernal. Fue la primera festividad de nuestra Señora que refrendó la Iglesia, dado el peso que la misma tenía ya en el orbe precristiano. Hay que tener en cuenta que el 2 de febrero es una fecha clave para el desarrollo futuro del año, al ser el primer momento en el que por fin se avista el final del invierno. ¿Qué otra fiesta podría cristianizar ese momento si no es una ceremonia de purificación, justo cuarenta días después del solsticio? Si consideramos además el Carnaval precristiano como una fiesta móvil en su calendario, la fecha más temprana para celebrar la misma sería justamente la del 2 de febrero. De ahí que algunos de sus ritos quedaran adscritos a la fiesta de la Candelaria. Las candelas que se bendicen ese día son usadas más tarde para ahuyentar las tormentas o bien para acompañar a la mujer en el parto, momentos que, como los antes señalados del cirio y de la luz, ponían en contacto a los lugareños con el mundo de los difuntos y del más allá. Entre los celtas en estas fiestas de comienzos de febrero era costumbre celebrar entre los más jóvenes matrimonios ficticios que se deshacían a su término. En ellas se celebraba también la purificación y fecundidad de los rebaños, con unos rituales que fueron asumidos luego por esta festividad de La Candelaria.

En Benagalbón constituye su fiesta patronal. En ella el pueblo se engalana con multitud de banderas mientras las bandas de música recorren la pedanía entonando marchas alegres y en la plaza se bailan los tradicionales pasodobles. Cientos de bocadillos se sirven a los asistentes al baile, vestigio de las antiguas comidas comunales en las que se degustaban los guisos de patatas. Mientras, en otros lugares de la población comienzan a aparecer las pandas de verdiales, cuya presencia se hace imprescindible en casi todas las fiestas que se celebran, tanto en Los Montes como en el litoral. Estas pandas cantan los fandangos originales de ascendencia morisca, en los que resuenan primitivos ecos morunos. Durante los días que duran las fiestas las pandas recorren calles y bares de la localidad cantando estos cantos joviales capaces de expresar, a su modo, la rudeza de los hombres del campo. En su forma cantable el verdial es tosco, carece de acentuación rítmica, y se acompaña de violín, crótalos y panderos, siendo interpretados sus bailes de forma individual o bien por parejas. Cuentan con una estructura formada por tres coplas que se corresponden con los diferentes pasos, entre los que abundan los saltos, dándose además un paseíllo entre copla y copla. Antiguamente existía la costumbre de la «pañolá», cuando las parejas de novios visitaban las casas para tomar roscos y aguardiente. Las pandas marcan la fiesta de día y de noche. En la procesión se lanzan peladillas y cacahuetes desde los balcones al paso de la Virgen, que sale junto al de san José y el Niño. Tras ella de nuevo aparecen las pandas hasta bien entrada la madrugada. Esta fiesta tiene continuidad en los días siguientes, y a ella acuden numerosos hijos de la localidad que ven en esta celebración de comienzos de febrero un símbolo vivo de su identidad.

* Catedrático

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