Opinión | sin fronteras

Trigueros y sus fiestas patronales

La población celebra las fiestas de san Antonio Abad el 17 de enero y en días sucesivos

Alborea el año. En mi paseo a los pies de las Cuatro Torres, un poco encogido por el frío de la mañana y el rocío matritense, pienso en Andalucía. Por algún capricho de la memoria caigo entonces en la cuenta de que la imagen de san Antón no tardará mucho en ser procesionada por la villa de Trigueros. Esta localidad, enclavada en una campiña espaciosa que cortan los derrames de Sierra Morena y es circundada por la ribera de Nicoba, se sitúa a 21 kilómetros de Huelva. Perduran en ella algunos restos megalíticos y otros de la época romana. Allí se alzó Conistorsis, ciudad ibera de los cúneos. Durante el medievo se vinculó al condado de Niebla. En 1324 se donó al señor de Gibraleón, si bien a los pocos años los propios condes la recuperaron para su patrimonio, comprándola por cien mil maravedíes a los albaceas de don Juan Alonso de la Cerda. Así, en el año 1346 nuevamente se formalizó el deslinde de su término. De aquella época datan las trazas más antiguas del templo dedicado al abad, construido sobre un solar donde se erigiera antes una fortaleza almohade.

La población celebra las fiestas del santo el 17 de enero y en días sucesivos. Probablemente son de las más singulares de la región. En ellas se mezclan elementos religiosos y populares, ofreciendo un bello espectáculo muy abierto a la participación. Durante las horas en las que el patrón sale a la calle, no se habla de otra cosa en el pueblo. Desde días antes se produce un inusual trajín en las casas. Los primeros datos que tenemos de estas celebraciones se remontan a la centuria ilustrada, época de la que se conserva un pergamino programa que las menciona. En la actualidad las fiestas comienzan con la novena en la noche del viernes. El día de antes tiene lugar la celebración de las «candelas». El sábado por la tarde el cabildo en pleno se desplaza hasta la iglesia para recoger al clero y demás componentes de la hermandad, formándose una procesión que se dirige a la ermita del santo, el cual es trasladado a la parroquia para las solemnes vísperas. El domingo se toca una diana y el pueblo acude a la iglesia acompañado de sus animales; tras dar en torno a ella nueve vueltas, en recuerdo de las tentaciones que sufriera el patrón, se espera la bendición. Se entona el canto de Tercia, al que sigue un corto cortejo y la misa solemne. A su término el alcalde, quien recibe la imagen del párroco, la entrega a su vez al pueblo, para dar así comienzo al recorrido tradicional, que dura una treintena de horas y durante el que tienen lugar las tradicionales «tiradas» de pan y de otros artículos. Cuando la comitiva pasa por la zona de Triana, el Cabecillo, capilla de la Virgen del Rocío y por la calle Jorge González se prenden los fuegos de artificio. Durante el recorrido el pueblo entrega limosnas y se realizan las famosas «tirás». En el ayuntamiento se hace la infantil. Era durante el desfile cuando en otros tiempos se hacían explícitas las desigualdades económicas, ya que solo podían tirar aquellos vecinos que previamente hubieran adquirido el pan para que otros lo recogieran. Hoy esta tradición ha evolucionado hacia una vertiente más festiva. Asimismo, durante la madrugada numerosas caballerías dan vueltas rituales al templo para implorar la protección del patrón, que al amanecer visita el cementerio.

Al día siguiente continúan las tiradas mientras el santo se traslada a su capilla. Cuando está a punto de entrar en ella, los más jóvenes inician una carrera para raptarlo y conducirlo a un lugar habilitado para comer, y al que habrán de llegar el cura y el alcalde para rescatarlo y conducirlo hasta su ermita. En este ritual se manifiesta una inversión simbólica del orden social, una verdadera rebelión en sentido antropológico. Esta «escapá» o rapto hace que ese símbolo, que es de todos, pase a ser por un breve intervalo del referido segmento joven. Se equilibra así su protagonismo con el de ese otro sector que encarnan las autoridades durante el cortejo. Esta inversión estructural concluye cuando los escapados reintegran al patrón a su ermita, concluyendo de este modo la ceremonia de igualdad, que no volverá a repetirse hasta el año siguiente, cuando los jóvenes agolpados ante la verja reivindiquen su protagonismo, manifestando de ese modo que el símbolo de Trigueros pertenece a todos. En contraste con la procesión oficial, la comitiva popular carece de organización y pasa por todas las casas, incluida las de los difuntos, así como por el cementerio, en una solemnidad en la que se manifiesta su sentido igualitario y de integración. Se trata, pues, de una fiesta en la que se produce una cierta confusión entre el poder y el pueblo, y en la que bien por su recorrido, o debido a los efectos del alcohol que corre durante ella, se logra una simbiosis que nos ayuda a comprender algunas de las características más destacadas de la religión popular.

*Catedrático

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