Opinión | CALIGRAFÍA

Patinar en el ‘Colacao’

Noelia Santos firmaba hace un par de semanas una detallada noticia sobre la adjudicación a Giménez Soldevilla de la redacción del proyecto de mejora del circuito natural del Parque Cruz Conde, llamado coloquialmente del ‘Colacao’. Este parque es engañoso en cuanto a necesidad de mejora, porque comparativamente está cuajado de árboles y es un parque de mucha tradición: cuántas medias, cuántos maratones no se habrán preparado dándole vueltas a este parque, entre maldiciones infernales a la pendiente que va de los 500 metros a la fuente de la explanada del centro, malas puñaladas le den. Es un parque antiguo y necesita modernizarse. Leo que entre las reformas, de accesibilidad muchas y otras más bien voluptuarias, está prevista la construcción de un ‘skatepark’. Como patinar en Córdoba es más bien llorar, esto del «espacio diáfano intergeneracional con espacio infantil, de calistenia y parque de patinaje» suena a demasiado bueno para ser cierto, reservándose este hombre de letras el creérselo hasta haberlo visto. Por parque de patinaje (es decir, un espacio con un suelo liso, algunos obstáculos que permitan ejecutar trucos, rampas vert, etc.) puede venir a la mente igual el de Fuengirola (que lleva el nombre del valiente Ignacio Echeverría y está muy bien, sin ser una enormidad) que el de Cañero, todo cemento y corazón; que el que se encuentra en muchos parques de España: media rampa ponzoñosa en la que matarse conforme la toquen las ruedas.

La experiencia patinadora en Córdoba es difícil. Claro, si uno ve a la gente excelente de SK8CO, la alegría ambulante de Córdoba Patina o a los chicos ensayando su ‘ollie’ al lado de la cúpula del Bulevar, se crea la ilusión de que la ciudad es apta para patinar tranquilo, cuando lo cierto es que casi siempre que ves pasar a alguien o piensas que va a darse un costalazo por desconocer dónde está su centro de gravedad o por la criminal -para patinar- estructura de nuestros bordillos. Comprendo que a esto de patinar se le asocie siempre lo juvenil, pero hay patinadores que sobreviven a la edad o se enfrentan a ella, y en cierto modo patinar debe de ser como el boxeo o las artes marciales: en la caída está parte de la gracia. En hacerse daño a lo tonto, no tanto. Mares de lisos suelos, por favor.

La noticia me ha recordado la historia de un chico (no puedo decir más) que recogió firmas para construir un parque con zona para patinar. Puerta por puerta, explicando a la gente mayor por qué era importante. Que es un deporte sin tiempo y con camaradería. Es un deporte ‘rilkeniano’: sobreponerse es todo. Y el chaval consigue sus firmas y su parque, y el parque se llena de niños aprendiendo y curiosos viéndolos a él y a otros practicar. Lo mantienen impoluto. Y un día se encuentra a una pandilla haciendo una pintada de mal gusto. Y el chico, que si tiene valor para tirarse por una rampa lo tiene para encararse 7 a 1, les suelta: si vais a hacer una pintada, que sea arte. No me ensuciéis el parque con tonterías. 

Gente valiente. 

* Abogado

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