Opinión | sin fronteras

100 años de la dictadura de Primo de Rivera

Preparado durante meses el golpe de Estado, no fue mal recibido por la población

Al término de la Gran Guerra, el parlamentarismo europeo daba señales claras de agotamiento y debilidad. La democracia liberal se hallaba en apuros ante el desempeño de unos partidos ineficaces y el acoso de un socialismo que salía reforzado tras la Revolución de 1917. El fascismo italiano, por su parte, inspiraba totalitarismos de idéntico cuño en territorio europeo: Portugal, Austria, Rumanía... En España los problemas de orden público propiciaron que el capitán general de Cataluña, Miguel Primo de Rivera, diera un golpe de Estado el 13 de septiembre de 1923. Preparado durante meses, no fue mal recibido por la población, un tanto cansada del caos civil, militar y social, ni tampoco por algunos de los protagonistas del viejo sistema de la Restauración. Este fue el caso de la burguesía catalana, de los socialistas y de los republicanos de Lerroux, sobre todo después de que el dictador manifestara que el golpe tendría carácter transitorio. Tampoco disgustó al rey Alfonso XIII, quien mostró cierta pasividad complaciente antes de encomendar la formación de un gobierno que acabaría con el sistema de Cánovas y de Sagasta.

El 15 de septiembre tomó así el poder en España un gobierno de carácter autoritario, el Directorio Militar (1923-1925), integrado por generales de brigada y un contraalmirante, muy similar a otros ejecutivos con los que en aquel momento las clases medias intentaban oponerse en Europa a la fuerza del proletariado y a las normas del capitalismo. La nueva administración fue aceptada incluso por los catalanistas, así como por el partido socialista y la UGT; un sector de estos últimos terminó colaborando con el orden establecido, el cual no solo dejaba en suspenso la constitución de 1876 y las libertades individuales, sino que liquidó además a los sindicatos, partidos y al propio sistema parlamentario. Se cancelan los antiguos órganos de gobierno y se crean otros. Con la Unión Patriótica se pretende instaurar un sistema de partido único de influencia fascista, en el que se tendrían que integrar los miembros de ayuntamientos y diputaciones, amalgamando en él a carlistas, mauristas y parte de la derecha católica. A estos efectos se promulga en 1924 el Estatuto Municipal, como si de una Carta Magna se tratase. Se perseguía con él dar continuidad al sistema.

La dictadura militar, con la ayuda francesa, se desvivió por resolver el problema de Marruecos. Su objetivo era acabar de una vez con la guerra, aniquilando las cabilas de Abd-el-Krim, que, con su actividad guerrillera, tan resistentes se mostraban en la zona del Rif. En otro orden de cosas, se emprendió una ordenación de las administraciones existentes en España, en un esfuerzo por impulsar el crecimiento económico sobre la base de una relativa paz social. Para ello se crearon comités paritarios con el fin de solucionar disputas entre patronos y obreros. El Consejo de Economía Nacional se encargaría de proyectar la producción y el gasto estatal, poniendo en marcha numerosas obras públicas con las que estimular la economía y absorber el desempleo. Prestigiado por los logros y la coyuntura de los «felices años veinte», el general decidió no poner fin a la dictadura, sino prolongarla a través del Directorio Civil, que llegó vivo hasta el 30 de enero de 1930, fecha de su inesperada caída. El cambio de coyuntura provocado por la Gran Depresión del 29, la retirada del capital foráneo, la devaluación de la peseta, el paro derivado del cierre industrial, los problemas políticos y regionales, el descontento uniformado por la reforma del arma de Artillería y la imposibilidad de un turnismo, circunstancia esta en la que los socialistas jugaron un papel relevante... todos esos factores hicieron que, desgastado por su gestión, cansado y desilusionado, y después de haber planteado por telegrama una cuestión de confianza a los jefes del Ejército, quienes le fallarían, presentara el dictador su renuncia, que fue admitida por el rey.

Salió hacia su exilio en la ciudad de la Luz, donde semanas después fallecería. Su óbito dio lugar a numerosos comentarios. Tras su marcha, Alfonso XIII encargó formar gobierno al general Dámaso Berenguer, con el propósito de revertir la situación y salvar la institución monárquica, pero no había ya otro horizonte que la instauración de un régimen republicano. El Pacto de San Sebastián, la organización de la Asociación Republicana Militar, la Agrupación al Servicio de la República, la intentona golpista de Jaca, etc., acabarían por debilitar la monarquía, tocada ya de muerte desde el día en que aceptó la dictadura. Con la renuncia de Berenguer en febrero de 1931, se encargó formar gobierno al almirante Juan Bautista Aznar. Todo fue en vano: el 14 de abril se proclamó la II República. El rey abandonó sus funciones y, desde Cartagena, puso rumbo al exilio. Al día siguiente, por tren, lo haría la familia real.

*Catedrático

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