Opinión

Rubiales ridiculiza a Gobierno

Luis Rubiales, junto a Pedro Sánchez.

Luis Rubiales, junto a Pedro Sánchez. / Reuters

El fútbol supera en importancia a España, de ahí que el Gobierno deba controlar el balón con más celo que al Congreso. Ingenuo por una vez, Sánchez pensaba que podía neutralizar a su amigo Rubiales con el expletivo de Serrat, "niño, deja ya de joder con la pelota". Así se desemboca en el aquelarre federativo que supuso la irrupción del trumpismo a la española. Frente al cándido tardofranquismo de Santiago Abascal, el presidente de la Real Federación Española de Fútbol prescinde de ideologías y partidos porque se sustenta en su figura mesiánica.

Si piensa que España no ha sufrido un golpe de Estado a cargo de la Federación de las pelotas, repase la prensa extranjera, que le ha devuelto a Madrid el estatus de capital bananera de un país menor de edad. El desafío de Rubiales, agrandado por la parálisis de La Moncloa superada en capacidad de respuesta por la Fifa corrupta, ha cancelado los logros feministas de la era Zapatero, el presidente que conmocionó al planeta con sus avances paritarios. Un Gobierno en funciones también puede quedar en ridículo, con el nada despreciable riesgo añadido de que cederle el protagonismo a un irresponsable le cueste la reinvestidura al adormilado Sánchez. O algo peor.

El ínclito Víctor Francos, presidente del Consejo Superior de Deportes, anunciaba que Rubiales "está fuera de la realidad". Fuera de la realidad está Feijóo, por creer que va a ser investido, la misa negra de la Federación fue un atentado muy dentro de la realidad contra la integridad estatal. La rendición del Gobierno de izquierdas en jaque llega al extremo de plantearse la continuidad del infausto seleccionador masculino, entusiasmado con la agresión de su presidente a la integridad de la nación. Sánchez prefiere la estabilidad de la selección a su propia continuidad, en un gesto gallardo pero arriesgado. Y las desgracias nunca vienen solas, así que Rubiales conlleva el regreso de las prédicas de Irene Montero, cuando la primera reacción al beso forzoso y demás machadas consiste en pensar cómo es posible que la ministra no fuera destituida de inmediato por la ley del solo sí es sí.