Opinión | caligrafía

El bando de los árboles

Tolkien dijo que todo árbol tiene su enemigo, y pocos tienen un defensor, y que en todas sus obras tomaba partido por los árboles contra todos sus enemigos. Tolkien amaba y escribía a veces apoyado en un majestuoso pino salgañero centenario del jardín botánico de Oxford, al que dio el nombre de Laocoonte. El árbol se quebró espontáneamente en 2014, hubo que talarlo y con sus restos se han preparado planchas de madera para fabricar muebles y tapones de una pequeña tirada de botellas de whisky, que a su vez irán guardadas, las menos y más valiosas, en un estuche hecho de la madera del árbol. Laocoonte tiene descendencia, y un retoño suyo se plantó en 2021 en el Literary Garden de Oxford. En el Silmarillion, Yavanna, la valier (mal resumamos en diosa) de árboles y plantas dice a su marido, Aulë, que sus hijos deberán guardarse de dañar su creación, pues en caso contrario «despertarán la cólera de un poder que habrá en los bosques y correrán peligro». Indiferente, él contesta: «No obstante, necesitarán madera».

Puede reproducirse un árbol, pero su majestad requiere cientos de años. Los humanos brillamos un momento fugaz de la vida de un árbol, y los años nos van desfigurando: cualquier árbol soporta mejor la eternidad que nosotros. Es nauseabundo pensar en la ponzoña flotante dentro de la cabeza del autor (o más, a saber) del incendio de más de 15.000 hectáreas en Tenerife. Qué grado de vileza, qué venas de insecto hay que tener para reducir a ceniza esa superficie de vida de los demás. Pienso en árboles que son mi vida tanto como otras personas: el árbol del coral tumbado de los jardines de Orive, la encina en la que aprendí a trepar, el inmenso magnolio de Kika y Carlos, que acoge como ellos; las moreras de las que arrancaba moras gordas como un dedo, los amables castaños de Valdejetas, en Trassierra; el pequeño pinar en el que la muerte me importa un poco menos y me veo enterrado con serenidad. 15.000 hectáreas es algo menos que Montilla entera, casi cuatro veces más que Zuheros. Quemar 15.000 hectáreas es quemar el Parque de los Villares más de 30 veces. ¿Es posible que el parto de una criatura tan venenosa no venga acompañado de algún signo, de alguna putrefacción de la carne de su madre, de alguna marca? Porque las soluciones humanas son inútiles. ¿Qué pena, qué castigo, qué indemnización? Creo que en estos casos la única pena lógica es el destierro, que sigue entreverado más o menos en nuestro código penal si se busca. Alejar al criminal de la víctima, siendo víctima la gente privada de árboles y siéndolo el suelo, la tierra, las plantas. El castigo está ahí: en vivir sin los árboles y la tierra que los crió a ellos y al criminal. Condenar a recordar el hogar y no poder volver, como quedan condenados los demás a recordar sus árboles y senderos calcinados. Ojalá te encuentren, ojalá arda tu memoria, ojalá te recuerden sólo para maldecirte.

*Abogado

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