Opinión | Palabras de Andrómina

Las cartas de Lorca

Una característica es que en ellas se connota la imbricación entre vida y obra que le definió

En esta nuestra época que ya no se escriben cartas manuscritas (¿un email es una carta?) y que se pierden en la inmensidad de lo digital, releer las cartas de Lorca nos da una doble sensación de distancia en el tiempo pero también de cercanía a la persona. La escritura de una carta, no escrita para ser difundida, contiene seguramente más conocimiento y verdad de una vida que cualquier otro documento. Este año, conmemorando la cita anual de la muerte de Lorca el 18 de agosto, una mirada a sus cartas revela la personalidad e incluso algunas claves de su literatura.

Mas si en las cartas no suele traslucirse la obra literaria de un autor, o muy de refilón, en Lorca es una constante, sus proyectos, la vida literaria o la gestación de muchas de sus obras y en alguna carta incluye algún poema. Porque una característica especial de las cartas de Lorca es que en ellas se connota la imbricación entre vida y obra que le definió. Sus filias y sus fobias, sus inseguridades en sus primeros escritos y la incomodidad de la fama, como cuando va a Buenos Aires en 1933: «Estoy muy mal porque estaba nerviosísimo de tanto beso y tanto apretón de mano... Soy muy popular y me conocen por las calles. Esto ya no me gusta. Pero es para mí importantísimo porque he conquistado a un pueblo inmenso para mi teatro».

O las tensas relaciones familiares en especial con su padre por la preocupación por su futuro y que estudiara una carrera: «Yo he nacido poeta y artista... como el que nace guapo». También su intimidad, aunque no demasiado explícita, mas bien recatada, como en sus alusiones a su condición sexual, que solamente aparecen más diáfanas en las últimas cartas, con un Lorca ya maduro: «Mañana salgo de excursión con la Barraca por tierra de Salamanca y tendré en toda la excursión tu recuerdo guardado entre mis ojos».

Se autodefine como gran romántico en una carta al escritor y poeta Adriano del Valle, en 1919, al que le envía su primer libro, «que no concibo más poesía que la lírica», y al estilo de Manuel Machado le dice que «una vez el libro en la calle ya no es mío, es de todos». En ningún otro poeta (quizás Bécquer, el propio Manuel o su hermano Antonio) se dio tanto esa circunstancia. A pesar de su gran autoexigencia; a su amigo Adolfo Salazar le escribe: «Cuando las poesías estaban en la imprenta me parecían (y me parecen) todas lo mismo de malas».

Son continuas las alusiones a sus viajes entre Granada y Madrid o Valderrubio (Asquerosa entonces) o su estancia en la Huerta de San Vicente en la Vega de Granada «llena de jazmines y rosales». Y resulta trágico y emocionante releer en una carta dirigida a Salazar su intención, en junio del 36, de irse a Granada. ¡Mas le hubiera valido quedarse en Madrid! Muy interesante es que estando en Nueva York, coincide con el crack de la bolsa del 29: «Las calles, o mejor dicho los terribles desfiladeros de rascacielos, estaban en un desorden y un histerismo que solamente viéndolo se podía comprender el sufrimiento y la angustia de la muchedumbre».

Algunas cartas son muy literarias y en concreto las que dirige a Dalí son auténticos poemas en prosa, como un juego literario en la que se expresa el Lorca más surrealista. En ellas también se refleja su cambiante estado de ánimo, alegre o melancólico: «Yo no como ni bebo, ni entiendo más que en la Poesía»; «¡La alegría tristísima de ser poeta! Y nada me importa. ¡Ni la muerte!». Y que proyecta al lugar donde está. Así, Granada pasa de ser maravillosa o como le escribe en una jugosa carta al historiador Melchor Fernández Almagro en septiembre del 1925, desilusionado, melancólico y casi iracundo, tanto que piensa en huir viajando y hasta se plantea hacer unas oposiciones: «Granada es horrible. Esto no es Andalucía. Andalucía es otra cosa... está la gente... y aquí son gallegos. Yo, que soy andaluz y requeteandaluz, suspiro por Málaga, por Córdoba, por Sanlúcar la Mayor, por Algeciras, o Cádiz auténtico y entonado, por Alcalá de los Gazules, por lo que es íntimamente andaluz. La verdadera Granada es la que se ha ido, la que ahora aparece muerta bajo las delirantes y verdosas luces de gas. La otra Andalucía está viva; ejemplo, Málaga».

En una carta al historiador granadino Antonio Gallego Burín se despide de él como estudiante-poeta y pianista-gitano. Esto de gitano tiene su secuela pues ya publicado el ‘Romancero’ y el ‘Poema del Cante Hondo’, se siente incómodo con la etiqueta de gitanista. En carta a Jorge Guillén escribe: «Me va molestando un poco mi mito de gitanería. Confunden mi vida y mi carácter. No quiero de ninguna manera. Los gitanos son un tema. Y nada más».

En resumen, en estas cartas conocemos mejor la vida y obra de un poeta universal, malogrado --quizás lo mejor hubiera estado por venir, siendo ya bueno lo hecho--, y sobre todo, más que el mito, nos muestra una persona de carne y hueso. La verdad del poeta.

*Médico y poeta

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