Opinión

Doble pletina

El amor es una cinta recopilatoria que nos permite no olvidar quiénes somos

Si nos preguntasen qué cosas no olvidamos y convertimos en recuerdos, creo que con seguridad contestaríamos que lo que nos emociona. La memoria y los recuerdos están tejidos de emociones que pueden ser tanto la ira como el miedo, la felicidad o la tristeza. Según su etimología, la palabra recuerdo proviene de re, que significa de nuevo, y cordis, que se traduce como corazón: es decir, vendría a significar «pasar nuevamente por el corazón». Algo que tenía mucho sentido en la antigüedad, porque ubicaban la mente en el corazón. Así, un recuerdo sería volver a sentir en la mente un hecho del pasado

Hace unos días, volviendo de un festival de música que se había celebrado en un bosque maravilloso, hablaba con un amigo de la memoria emocional que nos une a la música que descubrimos cuando teníamos entre 15 y 25 años. Música que se quedaba grabada no sólo en las cintas de casete sino en la memoria, esa que situábamos en el corazón y no tanto en el cerebro, que para algo la adolescencia y la primera juventud es la edad del primero.

Y aunque tan necesario es a veces olvidar como recordar para seguir adelante, nos pasamos media vida luchando contra el olvido. Sobre todo contra todo lo que nos hecho enamorarnos de la vida. El amor es una cinta recopilatoria que nos permite no olvidar quiénes somos.

Los que nacimos entre los mediados de los 70 y principios de los 80 fuimos quizás los últimos que grabábamos cintas. Cintas con canciones tristes, de esas para cortarte las venas, canciones alegres para sudar y bailar, canciones para demostrar que éramos súper modernos, e incluso teníamos cintas de placeres culpables. A través de esas cintas podría casi escribirse la memoria de aquellos años.

John Peel, DJ de la BBC radio, es el responsable de una frase maravillosa. Alguien le estaba tratando de convencer de que los cedés eran mejores que los discos de vinilo porque su sonido estaba limpio, no tenían ruido de superficie. Peel respondió: «Bueno, la vida tiene ruido de superficie». Así eran esas cintas que grabábamos. Tu hermano moviendo algo en la otra habitación, el taladro de un vecino, tu tos por el humo de la noche anterior, y que sobrevivían en la copia de la copia hasta la quinta generación. Grabar cintas para ti o para los demás era un acto de amor, de paciencia, de cuidado y de revelación. Ese objeto físico y táctil nos devolvía una sensación de pertenencia difícil de olvidar. Del bolsillo del culo de los vaqueros a la cabeza y el corazón. La vida a doble pletina.

* Bibliotecaria y escritora

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