Opinión

Verano, Indy…y la flota de Marcelo

El calor nos coge privados de una de nuestras armas más genuinas para combatirlo: los cines de verano

Uno de los parámetros indicativos de que ha llegado el verano es la complicidad que buscan los periódicos con el ocio de sus lectores. De las tres misiones que tradicionalmente se les atribuye - formar, informar y entretener- potencian significativamente la tercera además de prodigarse en noticias curiosas. Hace tiempo ya que a Nessie no se le ve por las High-lands, lo que no es óbice para que le salgan sosias en lagos de la selva congoleña mientras nos enteramos de que cientos de cisnes eslovacos han sido enviados a desintoxicación, víctimas de los efectos psicotrópicos de las amapolas en cuyos campos vivían tan felices. O que millones de neutrinos nos atraviesan cada segundo, dado que prácticamente no interaccionan con la materia. El neutrino es una partícula enormemente esquiva, de ahí su nombre de partícula fantasma. Cazarla es toda una hazaña y se precisan instalaciones muy complejas para ello. De modo que los científicos, en cierto modo, actúan como cazafantasmas.

Así que, sea tras los dinosaurios, tras los cisnes «colocados» o tras el escurridizo neutrino, los reportajes veraniegos incorporan siempre cierto desenfado cómplice. Y además nos ayudan a sobrellevar otras cazas, mucho más delirantes, como la de votos que propicia la actual convocatoria a las urnas. Tiempos aquellos en que la serpiente de los patos nos solucionaba a los periodistas la escasez de informaciones durante el estío... Eso sí, el termómetro acude fiel a nuestra ciudad prodigando grados cada vez con mayor generosidad y entusiasmo. Hay amores verdaderamente tórridos.

El cambio climático, además, según los expertos, está empezando a adentrarse «en terrenos desconocidos». Y casi estoy por pensar que Harrison Ford se ha retirado antes de que a alguien pudiera ocurrírsele enviar a Indiana Jones a explorarlos. Aunque hablando de nuevas expresiones conceptuales me quedo con la de «refugiado climático» utilizada por Juan Niza hace unos días en estas mismas páginas. Un ‘status’ con futuro jurídico que espero me concedan en unas semanas los reinos del norte.

Para colmo, las altas temperaturas nos cogen privados de una de nuestras armas más genuinas para combatirlas: los cines de verano. Echo de menos la charla con Martín Cañuelo que, llegadas estas fechas, siempre propiciaba, sobre la programación de cada año, cualquiera de nuestros encuentros casuales. Los de dos viejos aficionados al cine desde los tiempos en que Pepe Arnal y varios alumnos de Magisterio pusieron en marcha en los años 80 el cine club de la Normal. Martín, con el tiempo, se involucró en su gestión. Y con una pequeña subvención, y mucho buen hacer, la Escuela fue marco de ciclos memorables. El vicerrector García Luján lo definía como «el milagro de los panes y de los peces». Luego vendría la época del Santa Rosa y los cines de verano. Nos queda el consuelo de que al menos el C3A mantiene su pantalla al aire libre.

Menos mal que en la modalidad de aire acondicionado y peleando con el tiempo (pero con el que transcurre) Indy anima la cartelera disputando a los nazis el mecanismo de Anticitera. Un curioso dispositivo, parte del cual existe en la realidad, que sorprende por lo complejo de sus engranajes, similares a los de un reloj actual (el guiño es explícito en el film) a la hora de establecer posiciones astrales, calendarios, fiestas, eclipses y cosas así. Y al que en la cinta se le añade la capacidad de abrir puertas temporales. Un tipo de aparatos muy relacionados con Arquímedes. De hecho, las imágenes se adentran en el sitio de Siracusa por la flota romana mandada por un tal Marcelo... que es Marco Claudio Marcelo, abuelo del «nuestro» y antagonista de Aníbal en diversas batallas. De él cuenta Cicerón que, tras el asedio, llevó a Roma dos máquinas construidas por Arquímedes predictoras de los movimientos del Sol, la Luna y los cinco planetas conocidos (se quedó con una y la otra la depositó en el templo de Virtus).

Pero quizá Indiana no se despide del todo. Parece dejarnos un mensaje con su sombrero -el «Fedora» de larga tradición entre los gangsters, detectives y periodistas del cine negro- que, aunque simbólicamente colgado, cierre la cinta, aparece y desaparece, en un visto y no visto, como si una mano invisible se lo llevara con intención de volver a usarlo. ¿Para establecer otra puerta temporal? ¿Será la que abra un nuevo futuro a los cines de verano cordobeses en las noches de luna llena y calor? Indy, te necesitamos.

* Periodista

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