Opinión | Tribuna abierta

Una gru(ll)a en el templo imperial

Ha anidado la pasada semana en Claudio Marcelo simbolizando el renacer del viejo templo para la vida

Por esta época solían andar trompeteando las grullas por La Colada de los Pedroches animando nuevas ediciones del Festival en el entorno de la presa. Supongo que este año se estarán moviendo más o menos por las fechas habituales aunque con esto del cambio climático vaya usted a saber. En enero los científicos avisaban de que podrían llegar menos al aumentar la calidez en otros lugares de Europa. Son unos pájaros muy elegantes, auténticos protagonistas de muchas leyendas y obras artísticas, amén de una de las figuras más populares entre los aficionados al origami (junto con la pajarita y el barco por supuesto).

Precisamente la candidatura a los Oscar de ‘Oppenheimer’, nominada en trece de las 23 categorías, ha hecho que en algunos documentales y reportajes se recuerde la historia de Sadako, la niña que con dos años sobrevivió a la bomba de Hiroshima, aunque no a la leucemia que contrajo con posterioridad. Una tradición japonesa dice que si construyes mil grullas de origami se cumplirá uno de tus deseos (en este caso el de curarse). Sadeko solo pudo llegar a algo más de 600 antes de fallecer. Pero en su recuerdo y en el de los niños muertos a causa de la bomba, la ciudad de Hiroshima erigió el monumento a la Paz de los Niños donde una pequeña levanta en alto esa figura de papiroflexia en metal que recibe miles en papel por parte de los visitantes. La grulla es símbolo de esperanza, inmortalidad y longevidad. Un ave de buen augurio a la que se atribuye el traslado de las almas de los fallecidos al paraíso. Todo se queda en familia ya que su prima la cigüeña se afana en lo contrario. Y por citar a otra pariente elegante ‘Robot Dreams’, que es la cinta con la que Pablo Berger aspira al Oscar de animación, competirá con ‘El chico de la garza’ del japonés Hayao Miyazaky. La grulla es además un ave heráldica que forma parte de varias divisas. Y quien haya discurrido en coche por México habrá oído llamar a los de la grúa grulleros.

Las tres pueden hallarse en algún momento formando parte de la geografía cordobesa. Y en múltiples manifestaciones del Arte y la Literatura a lo largo de los siglos. Fermoso era el cuello de garza de doña Endrina para el Arcipreste y elegantes las garzas silenciosas que moran los palacios hindúes con las que Karen Knorr ganó el premio Pilar Citoler 2010. Muy popular fue en su día el libro ‘Una grulla en la taza de té’ de Yasunari Kabawata, el primer japonés que obtuvo, a finales de los sesenta, el Premio Nobel de Literatura. Hoy cabe encontrarlo bajo su título original (sí... efectivamente ‘Mil grullas’). Aunque en realidad solo aparecen en un pañuelo como referencia reiterada en una obra que se adentra en torno a la ceremonia del té, los sentimientos humanos y la pura belleza de las cosas, para apreciar la cual los más cualificados, nos dice, son los niños pequeños, las mujeres jóvenes y los hombres moribundos. Para los universitarios de entonces casi era una lectura obligada. Era proverbial su habilidad para reducir textos extensos a lo que él llamaba relatos del tamaño de la palma de una mano. Una virtud muy apreciada por quienes trabajamos en los papeles.

Pero hay otra variedad de grulla que forma parte, casi de modo permanente, de la vida cotidiana de nuestras ciudades. Curiosamente carece de denominación científica, aunque participa de la etimología de la especie. Y es que del grus latino de grulla procede también la palabra grúa. Fácil es asociar la imagen de ambas. Quienes discurran por las mañanas por el parque de la Asomadilla podrán constatar la presencia de varios ejemplares de ésta peculiar variedad «urbana» formando parte emergente de una de las vistas más singulares de la ciudad. La última en llegar ha anidado en Claudio Marcelo la pasada semana asumiendo simbolizar el renacer del viejo templo para la vida cordobesa. Ha sido en la esquina donde antaño lo hacían los puestos navideños de la familia Naranjo, casi pegados a las columnas, ya que entonces aún cubría la cella el edificio que ocupaban diversos servicios municipales. Naturalmente su instalación y luego su actividad ha pasado rápidamente a ser objetivo de los móviles de los transeúntes y de la vida cotidiana del lugar. Y si otrora los tenderetes anunciaban la Navidad y las golondrinas traían masivamente la primavera a los numerosos aleros hoy desaparecidos del cruce de Claudio Marcelo con María Cristina, toca a esta grus hacer honor a la tradición que atribuye a su especie ser arúspice de buenas nuevas. No podía imaginarse el augur que en su día debió currarse por esa zona el trazado de la muralla que el tiempo le iba a deparar tal colega.

*Periodista

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