Opinión | TRIBUNA ABIERTA

De ‘domus militiae’ a ‘fons sophiae’

Se ampliarán las instalaciones de la Facultad de Filosofía en el antiguo cuartel de la Trinidad

La estatua de Góngora ya estará acostumbrada a cierto bullicio estudiantil en la plaza de la Trinidad. No en vano ser abren a ella la Escuela de Artes y Oficios y las dependencias de Zalima en la calle de las Campanas, hoy Sánchez de Feria, do antaño estuvo la casa en la que Don Luis falleció un 23 de mayo de 1627. Una placa lo recuerda en el lateral que da a Horno de la Trinidad. Dicen las crónicas que en sus años universitarios en Salamanca era de natural jaranero, hablador, pródigo en sátiras y escarceos de todo tipo y en general amante de la vida mundana para posterior quebradero de cabeza de sus obispos. Ya desde entonces se le daban mejor las letrillas y la cosa poética que los estudios de Leyes en los que no consta llegase a titularse. A cambio la Literatura universal ganó todo un campeón. Su efigie en bronce, se inauguró 340 años después, en plena Feria de Mayo, entre autoridades de chaqué y damas ataviadas con trajes de gitana aportando una nota de colorido quizá más acorde con el espíritu del poeta que el aire adusto con el que, por influencia de su retrato velazqueño, suele representársele.

El caso es que la imagen convive con una variada actividad docente, de forma que el autor de las Soledades, paradójicamente, perpetúa su memoria animadamente acompañado. Y aún más cuando la compra por la Universidad del edificio del antiguo cuartel de la Trinidad con el que ampliar las instalaciones de la Facultad de Filosofía va a terminar de configurar para la plaza un perfil lleno de sabor histórico, académico, religioso, militar, artístico, investigador ( no en vano las dependencias del Archivo Municipal están a tiro de piedra) y popular en el que se entrelazarán las trayectorias del Antiguo Palacio de los Duques de Hornachuelos y la Escuela de Artes y Oficios, con las del Antiguo Convento de la Trinidad y las antaño parroquias Omnium Santorum y San Juan cuyos nombres adiciona el actual templo.

Aunque junto a la Historia con mayúsculas están también las pequeñas historias ligadas a los distintos cometidos del cuartel, especialmente como oficina de reclutamiento, función que a la postre le ha conferido su nombre popular: La Zona. Pero que también tuvo su pequeña relación con la Universidad. Junto a la fachada de la Iglesia un portal daba acceso a las oficinas de la IMEC (milicia universitaria) por un lado y a las de Intervención Militar por otro en la que algunos soldaditos, especialmente si éramos de Derecho contribuíamos al combate cotidiano con los papeles (un enemigo persistente y nada despreciable) paralelamente a la gestión de otros avatares jurídico administrativos. Y de vez en cuando, en los momentos de tranquilidad, todavía podíamos echarle un vistazo al manual de turno y preparar las últimas asignaturas de carrera de las que, los que la cursábamos en el Colegio Universitario, debíamos examinarnos en Sevilla.

Tanto la utilización del cuartel como ampliación de la Facultad, como la vocación universitaria de entretejer sus estudios de Humanidades y de Ciencias Sociales y Jurídicas con la ciudad y su casco histórico vienen de antaño. El caso de la Zona ya contó con un primer intento en julio de 2009 cuando Carme Chacón, Andrés Ocaña y José Manuel Roldán firmaron un protocolo para su rehabilitación y uso compartido. Defensa quería destinar parte de ella a crear una residencia militar con la que atender las necesidades de alojamiento y movilidad de su personal. Por su parte la Universidad buscaba espacios para sus nuevas titulaciones. Pero los tiempos establecidos vencieron sin que el protocolo firmado prosperase.

Mucho más anterior fue la idea, allá por finales de los 70 del siglo pasado, cuando los estudios de Derecho también buscaban lugar, antes de domiciliarse en Puerta Nueva, de llevarlos al inmueble del antiguo Hospital de San Sebastián más conocido entonces como de San Jacinto hoy asiento del Palacio de Exposiciones y Congresos . El Colegio de Arquitectos en un informe emitido al respecto en 1980 no dudaba de los grandes beneficios de esa reutilización, subrayando su importancia cultural, el impulso vital que generaría y la oportunidad de detener el progresivo deterioro del local y darle una finalidad «acorde y noble con su valía histórico artística y su situación». El costo de las obras se estimaba en 141.500.000 pesetas con una duración de 24 meses si no se realizaba por fases.

Los nuevos tiempos mantienen el viejo espíritu y los argumentos. Le toca seguir incrementándolos a un enclave que, además, con esta transformación plasmará elocuentemente la divisa ciudadana de ser casa de guerrera gente con su vocación de constituirse en clara fuente de sabiduría . O de otro modo, ser honrada tanto por plumas cuanto por espadas. Don Luis no hubiera encontrado mejor ubicación.

*Periodista 

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