Opinión | PUNTO Y COMA

Profesionalidad a bordo

La profesionalidad puede brillar en cualquier parte. Encontré el significado de este sustantivo abstracto en el viaje en tren que realicé el pasado 1 de julio desde Vigo, la ciudad del olivo, a la villa de Madrid, gran urbe y meca de jóvenes provincianos que persiguen sueños. A las nueve de la mañana subí al coche número cuatro del tren Alvia 04254 en la estación de Urzaiz sin imaginar lo que me esperaba a bordo. Ahora que los trenes no hacen paradas en aquellas estaciones con encanto de pueblos que cayeron en el olvido con la llegada de la alta velocidad, hacer uso de este medio de transporte puede resultar un tanto aburrido. Sin embargo, por falta de compatibilidad entre mis horarios y los de las compañías aéreas de turno, acabé completando un trayecto en tren que no cambiaría por un billete gratis ni en la primera fila del mismísimo Falcon.

A la altura de Zamora iba escuchando música en el asiento 5D del mencionado vagón. En un momento dado, apoyé la cabeza contra el cristal y cayó al suelo mi auricular izquierdo, que desapareció, tras meterse en un hueco que había en la parte baja de un lateral del asiento. El extraño recipiente, cuya utilidad conocerá quien lo diseñó, tenía un orificio lo suficientemente grande como para tragarse un objeto, pero demasiado pequeño como para que una mano entrase. En ese momento, le comuniqué a mi compañera de aventuras lo que había sucedido y las dos nos levantamos dispuestas a emprender una hazaña que se antojaba harto complicada para nosotras, pero que hizo aparecer a dos héroes enfundados en sendos uniformes de tripulantes de transporte ferroviario. Desconozco si en privado se quejarán de la continua pérdida de estatus socioeconómico a la que se ve sometida su profesión, pero su amabilidad y predisposición hacen sombra a todo lo demás. Al explicarles lo ocurrido, pisaron los frenos del carro, se remangaron las camisas y se lanzaron a la búsqueda del auricular perdido, como si de una cuestión de estado se tratase. Al comprobar uno y otro que sus manos no cabían por el tragador de objetos, fueron a la cafetería y, tras armarse de los cubiertos necesarios, regresaron a los bajos de mi asiento, para continuar excediendo con creces los límites de su responsabilidad por el mero hecho de ser amables. Aquello ya era una cuestión del vagón entero: el resto de pasajeros estuvo al tanto desde el comienzo de los movimientos de dos tripulantes que no dudaron en realizar posturas contorsionistas por perseguir mi satisfacción. Cuando uno de ellos recordó que la dirección de las butacas podía ser manipulada con una palanca, hizo levantar a los cuatro pasajeros de las filas ubicadas detrás de la nuestra, para realizar un cambio en la posición de los asientos. Tras esto, apareció un espacio más amplio, para que uno de los tripulantes se tumbase boca arriba y rescatase con unas pinzas el objeto más famoso de todo el Alvia.

Allí estaba el auricular. Junto a él, aparecieron la satisfacción de quienes no cejaron en su empeño, los aplausos de los que asistieron al derroche de una inusitada amabilidad y la sonrisa que significaba una renovada esperanza para quien regresaba a casa con un nuevo título académico. Y vi más claro que nunca que ‘lo que Dios no da Salamanca no presta’ y que, al contrario, se puede obtener un ‘cum laude’ en cualquier profesión que se desempeñe, siempre y cuando se haga como si nos fuese la vida en ello.

 ** Lingüista

Suscríbete para seguir leyendo