Opinión | EL DESLIZ

Marga Prohens y Vox, un divorcio duro

Nunca hasta ahora una mujer había relevado a otra a los mandos de la comunidad autónoma

Cuando Marga Prohens sea investida como presidenta de Baleares se producirá un hecho histórico. Por primera vez se habrá dado alternancia femenina al más alto nivel; nunca hasta ahora una mujer había relevado a otra a los mandos de la comunidad autónoma. Desde el feminismo, no cabe sino congratularse de que dos lideresas hayan conseguido sucesivamente escalar a las cimas de organizaciones tan copadas por hombres como son los partidos políticos y obtener luego un respaldo amplio de la ciudadanía. Está bien incluso que la persona a la que no votarías nunca sea una mujer, y no siempre un hombre. Cualquier mujer, independientemente de su ideología, puede recoger los frutos del valiosísimo esfuerzo feminista, incluso las que jamás reconocerían esta deuda con las predecesoras y no han arrimado el hombro por la causa. Una presidenta sucederá a otra presidenta, si no hay novedad; estamos en un momento de gran responsabilidad, que exige altura de miras.

Pero ya se sabe que las alegrías en materia de igualdad son efímeras. Resulta muy triste que para alcanzar el poder una mujer tenga que traicionar a sus congéneres y decepcionar a muchas de sus compañeras, en la confianza de que serán disciplinadas y no harán patente el agravio. El prepacto de investidura alcanzado entre PP y Vox en el archipiélago está claramente escorado hacia la ultraderecha, recoge gran cantidad de lugares comunes racistas y patrioteros, así como brindis al sol de políticas competencia de otras instituciones que no son la autonómica. Está redactado desde las ganas de que la negociación se acabe pronto y exclusivamente para legitimar el negacionismo de la violencia machista, a partir de ahora rebautizada en esta tierra violencia intrafamiliar. Está pergeñado con el único propósito de medir las tragaderas de Marga Prohens. Ella ha enviado a un señor a firmar de su parte esta afrenta a todas las víctimas de la violencia machista, y por extensión a todas las mujeres, lo que indica una preocupante falta de valentía. Si tu pareja empieza por insultarte así la noche de bodas, qué clase de matrimonio puedes esperar. Uno que no acabe bien.

La minusvaloración de la violencia machista empieza a ser un argumento en el discurso de la derecha, que cree que se puede despreciar un problema como el de los feminicidios y además resolverlo. La otra noche Alberto Núñez Feijóo restaba importancia a la condena por malos tratos del candidato de Vox a la Comunidad Valenciana, Carlos Flores, un tipo al que su partido no ha tenido empacho en mandar con una patada en el culo como candidato a Madrid cuando su pasado de agresor misógino ha supuesto un obstáculo para alcanzar la poltrona de la Generalitat. Para Feijóo la cosa es agua pasada, y habla condescendiente del tipo, un catedrático de Derecho Constitucional que tuvo «un divorcio duro». Que no falte la solidaridad masculina peor entendida. Insultos, amenazas, coacciones, violencia psicológica ratificados en sentencia firme son minimizadas como una mala racha cuando en boca del portavoz Borja Sémper representaron la «línea roja» que obligó a Vox a cambiar de interlocutor. A ver si nos aclaramos, que hay que volver a votar.

Por suerte, hay mujeres conservadoras que no quieren dar todavía la batalla cultural por perdida y están peleando negándose a suscribir votos matrimoniales humillantes. Por desgracia, están en Extremadura y no en Baleares.

Suscríbete para seguir leyendo