Opinión | PUNTO Y COMA

Cita (previa)

Echo de menos los tiempos en que viajábamos con motivo de una competición y, al llegar al destino, buscábamos una cabina de teléfono, para avisar a nuestros padres de que habíamos llegado bien. Echo de menos la incertidumbre que sentía el primer día en el calentamiento: me aterraba pensar que mi familia se perdiese por el camino y vibraba de emoción cuando, de pronto, como por arte de magia, allí estaban una vez más, para asistir al evento sin cita (previa). Baena, Montilla, Montoro o Villa del Río, y, fuera de la provincia, Algeciras, Almería, Cádiz, Granada o Huelva: no había GPS ni teléfonos móviles. Está claro que hablo de otros tiempos: ni siquiera existía la cita (previa). Echo menos la época en que el reloj analógico o las campanas de la Mezquita-Catedral de Córdoba marcaban nuestras horas, acompasando nuestros paseos por la ciudad. Aquel era un objeto personal de gran valor para su usuario, quien, cuando lo olvidaba, pedía ayuda a un transeúnte más cercano que los de ahora.

Echo de menos los años 90, cuando regresaba a casa y el cartero había dejado en el buzón, o me entregaba en mano, sin cita (previa), cartas que me enviaban amigas de toda Andalucía y de muchas zonas de España. No teníamos modo de comunicarnos a diario, pero nos sentíamos más cercanas que los adolescentes que observo en el patio del instituto y que, teniéndose a pocos metros, bucean en sus teléfonos sin mirarse los unos a los otros. ¿Qué no dijeron aquellas cartas? ¡Qué poco dirán tantos mensajes en la red! Entonces era normal escribir mucho y bien; hoy en día nos convalidarían el bloque temático de expresión escrita y el de ortografía. Echo de menos aquella época en que algunos productos no llegaban a las provincias. Recuerdo que, en el verano del 96, viajé hasta Gijón con un sobre lleno de dinero, porque varias compañeras del equipo me habían pedido que les consiguiese en la tienda del campeonato bañadores que no había en Córdoba. Asimismo, echo de menos la cara de alegría de mi hermana, cuando íbamos a Madrid, y ella encontraba allí, sin cita (previa), las zapatillas de punta de ballet que necesitaba para continuar con su carrera de bailarina. Echo de menos los tiempos en que iba al médico, sin cita (previa), y este me miraba a los ojos, me examinaba y anotaba las dolencias en unas fichas de cartulina almacenadas en un armario castizo. Echo de menos, en fin, cuando no había que pedir cita (previa) para pasar la ITV, ir a Muface o a la Consejería de Educación.

Algunas voces dirán: «Es progreso». Yo tengo mis dudas. En el plano de la enseñanza, por ejemplo, ha habido una clara involución: los alumnos cada vez tienen más medios, pero ahora saben mucho menos de lo que se sabía en los tiempos que yo echo de menos y en los que no existía la cita (previa). Por cierto, el DLE (antigo DRAE) recoge en la entrada «cita» esta primera acepción: ‘señalamiento, asignación de día, hora y lugar para verse y hablarse dos o más personas’. Parece claro que, según esta definición, la «cita» tiene que ser «previa» por necesidad. Reivindico, pues, que se dejen de utilizar expresiones como «pida cita previa» o «no le podemos atender sin cita previa». Sea como fuere, si algún día la eliminan, no la echaré de menos.

** Lingüista

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