Opinión | ENTRE LÍNEAS

Del periodismo, de Antonio y de la inteligencia

«Si un reportaje no te sitúa en lo que se habla... no sirve para nada», me dijo

Mis tres décadas en el Diario CÓRDOBA, como no podía ser de otra forma, estuvo particularmente marcada por esos once años primeros a las órdenes de Antonio Ramos Espejo como director, que no es mal comienzo. Y puedo presumir de ello. De lo que puedo vanagloriarme es de haber conocido bien a Antonio, algo que por cierto me hubiera venido muy bien. Además, entré tan joven en el periódico, en 1987, un año después de su llegada a la dirección, que creo que Ramos siempre me vio como el último becario en aterrizar. Tampoco iba descaminado: aún soy novato en esto de juntar letras.

Pero algo aprendí. Por eso, quiero pensar que a Antonio Ramos no le gustaría que escribiera un texto sobre él sin hablar del contexto del mundo que le tocó vivir y del que se ha marchado. «Si un reportaje no te sitúa en lo que se habla... no sirve para nada», me dijo de prácticas sin miramientos.

El caso es que, y para demostrar qué poco conocí a este hombre, les contaré que de estudiante en Madrid ya me había visto la película ‘El caso Almería’ y hasta leí parte de ‘Pasaporte andaluz’ antes de pedir prácticas en Diario CÓRDOBA. Pues bien, hasta la tercera semana de trabajo no caí en la cuenta de que el ‘Antonio Ramos’ de la ‘pecera’ (como llamábamos al despacho de cristal del director frente a la redacción) era el mismo ‘Antonio Ramos’ que ya admiraba. Y había motivos para sentirse deslumbrado, porque les recuerdo que por entonces había que echarle mucho más que buena pluma para hablar de un caso de terrorismo de Estado por parte de la Guardia Civil. Quizá más aún por defender esta tierra junto a tesis andalucistas, con las que te jugabas los cuartos y hasta el físico. ¿O se creen que todo esto que mal disfrutamos en la sociedad de hoy se ha ganado sin periodistas valientes?

Pero reconocimientos apartes, medalla de Andalucía incluida, fue muchísimos años después cuando vi el alcance de su prestigio. Era con la llegada al diario de periodistas en prácticas desde la Universidad de Sevilla y, si les contaba que estuve 11 años a las órdenes de Ramos, se me quedaban mirando con los ojos como platos de admiración... ¡Como si yo en ello hubiera tenido algún mérito! Si eso era conmigo, que sólo ‘pasaba por allí’, me abrumaba pensar hasta qué punto aquellos jóvenes veneraban a su profesor. Eso sí que es un legado.

Sí que sé lo orgulloso que estaba Antonio Ramos de la profesión. Hasta tal punto que, como recogía recientemente Rosa Luque, rechazaba que le llamasen «periodista y escritor» porque «ser periodista es tan importante que cualquier añadido lo empobrece». ¡Ole! Y eso lo seguía manteniendo mucho después de los años 80, cuando la profesión de periodista era la cuarta con más prestigio en la sociedad española. No como ahora, una tarea sometida a que te chulee el primer pringado analfabeto que ha sabido juntar 140 caracteres en una red social, por un lado, o de que, por otro, un programa de inteligencia artificial te llene folios y folios de texto más plano y homogéneo que las canciones de los que pasaban por Operación Triunfo. Y ya que hablo de inteligencia artificiosa (más que artificial), aún no me explico cómo de todos los millones de conceptos que sabe distinguir y manejar la máquina no se encuentra uno: la «verdad». Es como si ya a la sociedad actual, igual que a los aparatos, esa veracidad que se le exigía como sagrada al periodista de antes ahora casi molestase.

No sé, Antonio, si como me mandaste en su día he puesto suficientemente en contexto lo que quiero contar. Pero contigo se va esa época que hasta se estudia en las facultades como el ‘nuevo periodismo’... ¡En qué tiempos has cerrado edición!

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