Opinión | PALABRAS PARA ANDROMINA

Democracia

Este sistema político no es un punto y aparte, hay que revisitarla y protegerla de continuo

La democracia es el sistema político, desde que hay sistemas políticos, menos frecuentado de la historia, desde la democracia griega (aún con sus limitaciones) hasta prácticamente el siglo XIX, entre otras cosas porque necesita un Estado y no es hasta la Edad Moderna cuando empiezan a construirse la mayor parte de ellos y en paralelo con el romanticismo, y de éste surge la paradoja entre el individualismo como supuesto de una sociedad liberal y la situación y responsabilidad colectiva de esos mismos individuos. La democracia consistiría pues en un equilibrio entre igualdad y libertad.

Es por tanto una forma de organización política que ha sido minoritaria. Incluso ahora, gran parte de la población mundial están aún bajo regímenes totalitarios, sobre todo en África, Asia y Europa del Este, aunque sin excluir algunas zonas de América. Y el país con más población del mundo, China, es una dictadura. A pesar de ello, la democracia, al contrario de lo esperado por la evolución de la humanidad, está sufriendo un retroceso a nivel mundial por varios factores: nacionalismo, populismo, desigualdades e injusticia, polarización política, o la globalización salvaje y oligarca.

En el siglo XIX Alexis de Tocqueville en su libro ‘Democracia en América’ establece que la igualdad de condiciones es la base de la estructura de deseos del humano democrático, una igualdad que más que un estado es una percepción, que las personas que viven en condiciones desigualitarias se sientan iguales. Ello genera la tensión derivada de las expectativas sociales creadas por la democracia y las posibilidades reales de cumplirlas. El individualismo engendra pues, según Tocqueville, un tipo humano débil, caracterizado por su moderación, lo que incluye una comodidad y egoísmo que provoca el desinterés por todo lo político y el abono de la tiranía, una paradoja. Pero Tocqueville señala que en la propia democracia puede estar su redención con un sentido de moral pública y la participación en los asuntos colectivos.

El Estado como garante del régimen democrático juega un papel cada vez más esencial como se ha demostrado en Brasil o hace cuarenta años en España. Y por ello es importante mantener un consenso en los principios básicos y valores compartidos. Tanto a la ultraderecha como a la izquierda antidemocrática, les resulta imprescindible para su subsistencia y sus fines la ruptura de ese consenso y el deterioro de las instituciones y de las relaciones partidistas. Navegar en aguas procelosas trae cuenta. Por ello se necesita un equilibrio político y social, que excluya los populismos -que surgen por algún motivo-, y el respeto al marco normativo establecido, con posibilidad de cambiarlo democráticamente, lo que es una condición básica para respetar las instituciones y por ende a los políticos y mantener la imprescindible confianza.

La democracia no tiene por qué ser débil pero sí tiene que protegerse y para ello tiene que evitar caer en el lecho de Procusto. Procusto en la mitología griega era un posadero que a los caminantes les hacía tenderse en un lecho, si sobresalían les cortaba las piernas y si no llegaban los alargaba. Esta es una responsabilidad que atañe a todos los partidos políticos democráticos, incluido al que gobierna. El cínico filósofo griego Diógenes buscaba con una lámpara una persona honrada en Atenas. No sabemos si la encontró, pero ese valor, la honradez, de todo el mundo y en especial de los políticos, debe constituir el valor primordial de una democracia, que se basa en la defensa de la libertad, los derechos humanos y el estado de Derecho. Honradez y tolerancia no significa debilidad.

Si la democracia -en una definición escueta y sencilla- es ejercer el poder el pueblo a través de su soberanía, esa es su fuerza, la regla de la mayoría, la representatividad y la garantía de los derechos individuales básicos que conlleva el respeto por las minorías. Con algo tan importante como el mantenimiento de un mínimo de igualdad y equidad, a través de la participación, la cooperación y solidaridad social que mantenga una razonable cohesión social y afección al sistema político. La democracia no puede ser solamente, como enunciaba Schupemter, un mercado de venta de votos en el que la oferta son los programas políticos. La democracia tiene en sí misma un valor propio, no sólo utilitarista económico o instrumental en cuanto al disfrute de derechos y libertades, y si se quiere hasta un valor moral, susceptible por cierto de manipulación política y en ello la informatización y digitalización juega un papel importante en la actualidad.

El fin de la historia no se alcanza, ni se ha podido alcanzar nunca con la utopía. Sí con una democracia política y social que está en peligro por una regresión mundial. La libertad y la democracia son bienes que es preciso defender, incluso de los que se aprovechan de ella para sus fines antidemocráticos. La democracia no es un punto y aparte, hay que revisitarla y protegerla de continuo. Nadie nos la regala, es lo que queramos que sea en nuestra historia.

** Médico y poeta

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