Opinión | ENTRE VISILLOS

Cántico, ayer, hoy y mañana

Homenaje de la Academia al grupo poético, cuyo legado habría que reunir

El reciente fallecimiento, horas antes de las campanadas de Nochevieja, de Ginés Liébana, el último superviviente de Cántico, ha vuelto a recordar todo lo que supuso el grupo poético y su revista en la literatura española del siglo XX, a la que aportaron serenidad en un tiempo convulso y palabra hermosa con que endulzar el amargor descarnado de la época. Pero en realidad Cántico es, por una razón o por otra, un tema siempre vigente en Córdoba. Siete décadas después de aquellos años cuarenta en que se hicieron presentes, los miembros de aquel colectivo de corta pero intensa vida, así como sus versos y su huella plástica, siguen dando que hablar y escribir, cada vez con mayor admiración. Entre otras cosas porque dos de aquellos antiguos muchachos de postguerra, Pablo García Baena y Ginés Liébana, han seguido aportando su genio a las letras y las artes hasta el final de su larga existencia, sin perder el aplauso unánime del mundo de la cultura.

El pasado martes, cuando aún no se habían apagado las condolencias por la desaparición, a los 101 años, del fino provocador que fue Liébana, la Real Academia de Córdoba celebró con un acto de sencilla brillantez el Día de Cántico. No es la primera vez que la entidad bicentenaria le dedica una de sus sesiones. De hecho, estas jornadas monográficas nacieron en 2019 para conmemorar el primer año de la muerte de García Baena. Desde entonces, en torno al 14 de enero, fecha en que se marchó el que quizá haya sido el poeta cordobés más querido dentro y fuera del horizonte lírico, la Academia ha institucionalizado el tributo anual a unos seres tocados por la gracia que, sin proponérselo, rompieron moldes sociales y literarios en años grises, cuando hasta la alegría estaba racionada. Tal devoción les tiene la docta casa que los ha añadido a su santoral laico como hiciera tiempo ha con Góngora, tan venerado por el grupo, con lo que el círculo se completa.

Esta quinta edición del Día de Cántico, coordinada como las anteriores por el también poeta y académico numerario Manuel Gahete, ha tenido un halo especial. No solo por los participantes, voces más que autorizadas que ofrecieron al auditorio --entre los que se hallaban familiares de García Baena y Mario López-- textos de alta calidad y belleza. También porque en esta ocasión el homenaje ha sido triple: se recordaban los 75 años, cumplidos meses atrás, de la publicación del primer número de la revista ‘Cántico’ (tuvo dos etapas, 1947-49 y 1954-57), a cargo de Carlos Clementson, experto en Cántico ya desde su tesis doctoral; así mismo, se trajo a la memoria el vigésimo aniversario de la muerte de Mario López, lo que corrió por cuenta de María Rosal. Y, cómo no, se rindió una sentida despedida a Liébana --por quien el Aula del Vino ofreció ayer una misa en la Compañía--, cuyo poliédrico perfil trazó Miguel Carlos Clementson.

Pero el interés de la Academia por Cántico y todo lo que lo envuelve va más allá del recordatorio, por oportuno que este pueda ser. Existe en su seno, como en cuantas personas son conscientes de la importancia del legado de sus integrantes, la preocupación por rescatarlo de su actual dispersión y reunirlo en un sitio apropiado y de fácil acceso para quienes deseen consultarlo, como bien cultural que es. No es un interés nuevo, como recordó Gahete. Ha habido varios intentos frustrados, uno de ellos en 1995, en que siendo director Ángel Aroca, se empezó a trabajar en la puesta en marcha de una fundación que quedó en nada por falta de apoyo institucional. La nueva Biblioteca de los Patos, si por fin abre algún día, sería el depósito idóneo para ese legado y la mejor forma de honrar la memoria del grupo que le dará nombre. Las futuras generaciones lo agradecerían.

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