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La aristocracia del desengaño

Hay que estar muy vivo para hacer de la necesidad virtud, y colarse entre los ‘memes’...

La pandemia ha sido una auténtica cesura en nuestras vidas, ese brutal acontecimiento biográfico que siempre nos orientará en un antes y un después de tan trágica experiencia. Entre sus efectos lingüísticos colaterales, nos ha dejado una serie de vocablos que acumulaban polvo en el egregio diccionario de la RAE y que, desde entonces, se han ido invocando como un sortilegio. Quizá el más afortunado de todos ha sido la resiliencia; un término que, cercanos los tres años de aquellos terribles idus de marzo, asociamos como perritos de Pávlov con aquel estribillo del Dúo Dinámico que, por aclamación popular, se elevó a la categoría de himno.

Se trata, no obstante, de recuperar sustantivos para expresar la propia esencia del ser humano desde que bajó de los árboles; ese «mal que por bien no venga» como testimonio de supervivencia, pero también como críptico y desconcertante pronunciamiento en las postrimerías de un dictador, cuando conoció que la calle Claudio Coello había volado por los aires el vehículo de su sucesor.

Hay mil formas de universalizar la resiliencia, lo mismo que el teflón comenzó como aislante en los proyectos espaciales y hoy ha encontrado en las sartenes su valor refugio. Hasta hace un santiamén, el requete escuchado estribillo de Shakira habría provocado una reacción en cadena de agraviados; marcas que, como hijosdalgo del siglo de Oro, habrían considerado mancillada su reputación y exigirían a la cantante de Barranquilla una retractación.

Yo no tuve una vez una granja en África, pero sí un Casio. Una vez muy larga, porque incluso arrinconado con los años en un cajón, parecía la bombilla del parque de bomberos de Livermore, que desde 1901 le hace pedorretas a la obsolescencia programada. Pese a sus buenas prestaciones, esta marca de reloj se asociaba a los tiempos de reinado de Pajares y Esteso, cuando se bajaba a Ceuta a por aparatos electrónicos y no había mejor pelucón que una pantalla digital. Lo mismo le ha ocurrido a un vehículo cuya demanda había emprendido el mismo declive que la margarina. Y sin embargo, el destinatario de esas cuitas de despecho de la Segunda Loba --la primera, por supuesto, fue Bette Davis-- se retrata en las redes con el rehabilitado utilitario. A Piqué se las van a dar con queso, después de formar un tándem con Rubi para trincar buenas comisiones a los jeques.

La resiliencia es eso. Posiblemente, el universo se expande, pero se achata nuestra capacidad de respuesta. Hay que estar muy vivo para hacer de la necesidad virtud, y colarse entre los ‘memes’ para aprovechar una oportunidad crematística. Hoy, como del cerdo, se aprovecha todo en esto del desamor. Mucho más sutil e incisivo fue el contragolpe de Julia Urquidi al escribir ‘Lo que Varguitas no dijo’ como desaire frente a ‘La Tía Julia y el Escribidor’, la bellísima descripción de un acta matrimonial furtiva en la costera localidad peruana de Grocio Prado, cuando Vargas Llosa era un imberbe y se proyectan hacia las rabietas crepusculares aquel primer amor.

María Félix sentenciaba que a los despechos solo había que guardarle tres días, como los lutos oficiales. Shakira ‘dixit’ que hoy las mujeres facturan. Desgraciadamente, no es del todo cierto pues la caja registradora pertenece a quien puede permitírselo. Porque existe una aristocracia del desengaño en el que todos ganan: cornudos y contrarios. También marcas avispadas e incluso el pueblo llano, beneficiado por la serotonina del chismorreo. La catarsis de las pasiones adobadas por la fama es tan antigua como el hilo negro.

*Licenciado en Derecho. Graduado en Ciencias Ambientales. Escritor

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