Opinión | el alegato

Cuento de Navidad

Podría dedicar el alegato de hoy a multitud de temas sociales, pero para hablar de ellos ya están nuestros gobernantes y políticos, que, aprovechando las fechas, desvían el Pisuerga a su paso por Valladolid por vía de urgencia y real decreto y se quedan tan a gusto.

Podría hablar sobre esa propuesta de los que, en nombre del respeto más absoluto con el resto de credos, quieren quitar el nombre de Navidad y llamarla «Fiestas de Invierno», pero no pienso hacerlo porque lo único que se me ocurre es preguntar a los proponentes qué nombres les ponemos al Ramadán o al Yom Kippur.

Podría comentar la vergonzosa imagen que se está dando a la población de la judicatura en torno a las maniobras del Sr. Sánchez y sus socios para remover a ciertos miembros conservadores y molestos del Consejo General del Poder Judicial y la frenética actividad recurrente de los de la oposición para impedirlo, pero es que solo se me ocurre pegar un golpe en la mesa y gritar que el Tribunal Constitucional no es Poder Judicial.

Podría reprochar a la Sra. Montero el fiasco de su ley de ‘Solo sí es sí’, esa que lleva reducida la pena de multitud de agresores sexuales, pero es que lo que me parece reprochable no es el error al legislar, sino la persistencia en su afirmación de no haber errado, por lo que lo único que se me ocurre pensar es que quiere generar sospechas sobre los que aplican su ley.

Podría empezar mil cuentos con el «érase que se era», pero ninguno navideño, porque en todos hay ogros y brujas en forma de malversadores, abusadores y secesionistas indultados. Prefiero contarles mi particular cuento de Navidad. El protagonista no es Ebenezer Scrooge de Dickens, sino una servidora y el hada de las Navidades presentes: una joven que dijo llamarse Alicia Bueno.

El mismo día que conocí a Alicia haciendo cola en la caja de un supermercado, ante la noticia de que en el metro de Madrid iban a poner asientos de color verde reservados para discapacitados, mayores y embarazadas, me dediqué a reprochar que en mi juventud sobraban todos los asientos verdes porque si no lo cedías el abucheo era mayúsculo.

Estando agobiada guardando la compra y no estando dispuesto a respetar que acabase el señor que iba detrás, Alicia me preguntó si necesitaba ayuda, dando una lección al señor impaciente y a mí misma: el futuro es Alicia.

* Abogada laboralista

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