Opinión | Al paso
Marlaska y los baños
Marlaska es un magistrado que con esfuerzo y genialidad ha llegado a la cúspide jurista. Y ahora como luchador social está mostrando buena implicación en favor de la igualdad real; sobre todo de los históricamente más rechazados, los homosexuales. Y él se moja porque la cosa le tira y lo grita a viento marea para arrastrar prejuicios. Eso es admirable, aunque no tanto como para calificarlo de excepcional. Lo digo porque el «no va más» de la solidaridad es luchar por lo que en principio es totalmente ajeno a uno mismo. Cuando uno defiende lo suyo queda la duda de si ese mismo sujeto hubiera luchado por esa misma causa de haber nacido fuera de la cosa en cuestión. Pero bueno, no se puede negar que en cualquier supuesto la pelea contra la discriminación siempre muestra heroicidad y en todo caso ello es infinitamente mejor que una postura pasota, cobarde o incluso traidora. Lo que ocurre es que, como les pasa a los abogados que se defienden a sí mismos, hay que tener doble cautela porque si no, se puede caer en ese exceso de pasión que conduce a la desproporción. Marlaska dice que hay educar en igualdad y para ello predica como acción primigenia que los baños públicos no hagan distinción de sexos. Cuidado con estos pequeños detalles en temas de igualdad. Aunque parezcan insignificantes, como en el amor, son importantísimos. La igualdad requiere respetar las diferencias sobre todo cuando estas aluden a la intimidad. El uso del baño que hacen los hombres es muy distinto del que hacen las mujeres. Ellas aparte de no orinar de pie consideran el baño público como un centro social que quedaría destruido con la propuesta del magistrado. Yo desde aquí pongo una Pica en Flandes en la lucha de Marlaska por la igualdad de toda condición. E incluso le animo a que promueva la revisión del artículo 14 de nuestra Carta Magna que ya se queda corto en cuanto a los extranjeros residentes en España. O que ahonde en la ley de medidas integrales de protección de la mujer aclarando qué lugar ocupan los homosexuales en la misma porque si esta ley no los distingue menos aún deben hacerlo los inodoros. Un wáter público propio no es una histórica reivindicación homosexual; es más, la cuestión les resbala. En cambio, las mujeres sí que exigen el suyo propio desde siempre. Con todo respeto e incluso admiración hacia Marlaska, creo que su propuesta no se corresponde ni en cómo es ni en como deber ser este pedazo de realidad. La aplicación social de la igualdad en exceso destruye la particularidad y la pluralidad y nos conduce a un mundo monótono y sectario.
* Abogado
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