«A misa no se va con prisa», dice un sabio dicho del refranero popular español. Rara vez se puede llegar al objetivo deseado si la tensión, el miedo al fracaso y el nerviosismo se apoderan del individuo. O del colectivo. Porque ayer La Romareda pareció más el desfile al cadalso de un condenado, el Zaragoza, silbado y pitado por buena parte de su propia afición en varios tramos del partido, que el escenario de un partido de fútbol. Intentó el Córdoba aprovechar la circunstancia en la segunda parte, pero si cagados estaban los locales, no mucho más valientes parecieron los visitantes. Errores en los pases, desaciertos en jugadas en teoría sencillas y una caída constante en fuera de juego de los atacantes blanquiverdes, especialmente un Jaime Romero al que se vio mucho más implicado -y también enfadado y molesto- de lo que se había visto hasta ahora.

Las prisas y los nervios son malos consejeros, y se notó demasiado anoche que Zaragoza y Córdoba buscaban la victoria que les hiciese respirar, salir del descenso en el caso de los maños y aspirar a la permanencia en el de los visitantes. Es difícil que cualquier profesional, del ramo que sea, pueda concentrarse ante semejante maraña de silbidos, abucheos y pitos, en definitiva, del runrún constante de la grada. Al deportista de élite se le exige que, por su sueldo, se abstraiga de esa dinámica. Pero tampoco ayuda que los propios entrenadores, Lucas Alcaraz y Curro Torres, se mostrasen airados. Especialmente los ayudantes de Lucas Alcaraz, sabedor de que se jugaba mucho ante el Córdoba. Uno de ellos acabó expulsado, y tuvo que ser retirado del terreno de juego por el delegado de campo de los zaragocistas.

«Vísteme despacio, que llevo prisa», dice otro refrán. Si uno se pone antes el sombrero que la camisa lo normal es que este se le caiga al suelo. La situación de ambos equipos anoche era tan difícil, llevaban tanto tiempo posponiendo los resultados, que al final el empate a cero fue, más que nunca, un empate a nada. Porque no soluciona nada ni a Zaragoza ni a Córdoba, que siguen una semana más en descenso. Y con una semana menos para arreglar el entuerto, las prisas seguirán llegando al terreno de juego. Hay que cortar esa dinámica, centrar la mente y pensar que ni la Catedral de Zamora se hizo en una hora ni el Córdoba puede perder el norte de lo necesario, tratando de ganar antes el segundo partido que el primero.