S é que las cenizas de nuestro presente se han convertido en nuestro pasado y, al contrario que algunos de mis conocidos, no me arrepiento de mis recuerdos ni de mis añoranzas». Esta afirmación pertenece a la protagonista de La luz en su ausencia , última novela de Encarna Castillo. Una mujer de 83 años, «muda, pero no sorda», testigo directo de la época más convulsa de la historia reciente de España y de Europa, pero sin posibilidades de «decirla». Y es que, al igual que en sus dos anteriores novelas, la prosa de Castillo discurre con fluidez por territorios fértiles a lo poético, de ahí el esmero con el que trabaja la carga simbólica de sus elementos. Comenzando por el título, que no es solo bello, sino que destila la esencia de una historia que nos habla de vidas sacrificadas inútilmente entre el desinterés de unos y los esfuerzos de otros por ocultarlas. Tampoco es casual que la protagonista sea una anciana que solo puede escuchar, ni que el episodio que desencadena el relato sea el atropello de Fante, su perro, que queda moribundo. Todo en su presente está suspendido por un hilo tan delicado que el más mínimo desequilibrio sellará para siempre su memoria. Una memoria que también es colectiva, y que pertenece al lector, aunque apenas la conozca. Si la historia la escriben los vencedores, esta es la de unos hombres y mujeres que fueron de derrota en derrota: vencidos en la Guerra Civil, exiliados de su país, expulsados de los territorios a los que ayudaron a luchar contra el nazismo -Yugoslavia, Francia continental, Argelia o Córcega- y, finalmente, deliberadamente ignorados tras la caída del telón de acero. Las cenizas son restos de un fuego apagado por el discurso oficial -o discursos oficiales-, pero también son huellas que la protagonista recupera gracias a la escritura en uno de los cuadernos que escribe desde niña. La literatura la salva y trae al lector la luz de aquellos días en que era la hija de unos exiliados en Praga, ciudad que acogió una comunidad de españoles militantes en su mayor parte del PCE o el PSUC, a los que rindieron sus vidas.

No es la primera vez que la autora reconstruye un episodio de amnesia inducida por el poder, ya lo hizo en su anterior trabajo, Venta del rayo , en el que rescató la historia de su abuelo, fusilado por los franquistas y, como tantas víctimas, borrado del mapa por la dictadura e ignorado, posteriormente, por los sucesivos gobiernos de la democracia. Si en aquella ocasión Castillo situaba el relato en el terreno de la autoficción, en La luz en su ausencia toma distancia de los hechos al dar voz a la anciana, un personaje bien dimensionado, poseedora de una mirada que transmite todos los matices de la historia, en ocasiones tierna, en otras, cruda, y en la que predomina un fondo melancólico, uno de los rasgos de carácter de la ciudad checa. El relato se va construyendo con la aparición de un buen número de personalidades históricas que protagonizaron estos hechos, entre las que destaca Teresa Pàmies, la autora de Testament a Praga , pero también Dolores Ibárruri o Jorge Semprún.

Una beca de residencia de dos meses en la capital checa permitió a la autora documentarse sobre los personajes y pormenores en los que se desenvuelve la protagonista: su amistad con líder política y escritora, Teresa Pàmies, sus conversaciones con Violeta Uribe, Antonio Casado Machado, las emisiones de Radio Pirenaica o el control absoluto que ejercía «el Partido».

Todo ello reviste de una natural veracidad la atmósfera en que vivió esta comunidad y sus contradicciones, instalados en un país prestado mientras ansiaban regresar a una España más imaginada que real; guardianes, pese a sus militancias izquierdistas, de unos valores que relegaban a la mujer a un segundo plano o censuraban a las que se apartaban, como Teresa Pàmies, del modelo tradicional de familia. No es de extrañar que la protagonista recuerde estas palabras de la intelectual catalana: «Las mujeres fueron las más perjudicadas en nuestra guerra», a las que añade: «también lo siguen siendo en nuestra literatura». Y es que otro gran hallazgo del libro es la sutileza al introducir una mirada sensible a asuntos de actualidad, ya sea la lucha feminista o la preocupación por el bienestar de los animales representados en Fante, protagonista silencioso e indefenso de estos acontecimientos, último refugio frente a la soledad definitiva.