Saramago soñó en su Viaje a Portugal la utopía de formar un hombre ibérico, responsable de la transmisión de una cultura, Carlos Clementson consigue construir el alma ibérica a través de una emoción compartida, ya sea portuguesa, andaluza, catalana, vasca o castellana, en una simbiosis fraterna de todas las poesías ibéricas, porque, al igual que la península alberga una cultura común, Carlos Clementson nos demuestra, con su ars poética inigualable, que también compartimos una sensibilidad común.

El docto profesor universitario, que durante más de cuarenta años ha impartido clases de literatura francesa, española, catalana y gallega, plasma en esta obra única la íntima comunión lírica de nuestras lenguas y culturas con la argamasa de una poesía cuidada, rítmica y exquisita, que sobrecogerá al lector desde las primeras páginas. Si hubiera que elegir un orden prioritario entre la doble faceta de escritor o docente, a Carlos Clementson habría que titularlo poeta y profesor. Primero poeta, porque la poesía inunda su vida y lo transita de arriba abajo: en Carlos Clementson la poesía se hace carne, afirmación que podría proceder de cualquiera de sus obras, Del mar y otros caminos, accésit premio Adonais (1979) o Archipiélagos, premio José Hierro (1995) o La selva oscura, premio Juan de Mena (2002) o de otros poemarios suyos que merecen igualmente los mejores premios, Córdoba, ciudad de destino (2013), Donde nace el mar (2015) o Retablo para una edad de plata (2017), pero estoy pensando en su último y excelente poemario Rapsodia ibérica (2018), asombroso y deslumbrante, lleno de una inspiración y belleza que conmueve por la universalidad de su canto y la emoción hermosa que despierta cada uno de sus poemas.

Sus estrofas traen el olor a Lisboa, a la poesía de Camões, a Sophia de Mello o Miguel Torga. Lirismo y hondura resuenan en sus versos con ansia de eternidad: «Y a pesar de las ruinas y la muerte al acecho/al nombrarlas, las cosas se abrirán como flores» (pág. 79). Aprenderemos a amar a Pessoa y Cunqueiro, a Portugal y Galicia, con sus versos que huelen al río Sar y que fluyen en sintonía para rendir un emotivo homenaje a la lírica galaico-portuguesa, donde «llora la piedra su cantiga de agua» (pág. 103) y «el gris plata del cielo se hace manso/y en íntimo silencio se arrodilla». Tras Álvaro Cunqueiro de nuevo el poeta baja al Sur para descubrir con sus versos los lugares más hermosos de Andalucía, sus ciudades esbeltas y encaladas, sus poetas vigorosos y lumínicos, el Darro dorado y la roja Alhambra de Federico, la Sevilla del emperador Adriano, la Córdoba del sabio Averroes, la tumba de Maimónides o la «cruz y el fulgor» de Góngora (pág. 173). Y vuelve a viajar al Norte, con la libertad de sus versos, sin límites que lo coarten, igual que aquellos estorninos portugueses que, en la novela de Saramago La balsa de piedra, vuelan con naturalidad por toda la península como si estuvieran en su propia casa, porque no hay fronteras ni barreras para las aves ni para la poesía. El poeta sobrevuela los cielos peninsulares para llegar al árbol de Guernica, para cantar también a Castilla y Cataluña, veteadas de Lorca, o a Valencia.

Rapsodia ibérica, publicada por CatorceBis, Sevilla 2018, es un libro portentoso por su hondura lírica y por la fuerza de una reflexión poética que abarca todas las geografías de nuestra península.

Solo un conocedor profundo de la historia y literaturas ibéricas, de sus lenguas y raíces comunes, de la complejidad espiritual de nuestros pueblos, solo un escritor como Carlos Clementson, que ama la poesía peninsular en todos sus rincones, un hombre de tan dilatada y honda actividad poética, podía alumbrar un libro de tal profundidad lírica y cultural, donde la emoción de su verso consigue que convivan distintas lenguas y modos de expresión para que podamos entender la fraternidad que a todos nos une. Y ese descubrimiento poético se hace posible a través de un exquisito diálogo con los mayores poetas que han parido estas lenguas, porque las lenguas paren poetas que las aman y engrandecen, como Carlos Clementson, que ha concertado aquí, acrisoladas por su genio poético, todas sus voces, en esta sinfonía poética plural, humana y peninsular que se llama Rapsodia ibérica.