‘Sirenas y otros naufragios’. Autor: Eduardo Vázquez Martín. Editorial: Amargord. Madrid, 2018.

Embarcar la emoción en la nitidez de las palabras y ajustar los silencios, hacerlos discurrir como limpios guijarros por el cauce cristalino de un poema de agua es la tarea vigorosa que ha llevado a cabo Eduardo Vázquez Martín con suprema intuición a lo largo de unas décadas, construyendo un compacto edificio literario, un espacio lírico hermoso y sugerente donde siempre destella su voz tierna, esencial. Aquí, en este volumen sustancioso que ha editado Amargord, el poeta mexicano ofrece al lector un itinerario lírico donde se entremezclan maravillosamente valores de tipo estético y formal con otros de tono social comprometido construyendo unas piezas aparentemente sobrias, en el plano poético, frágiles y livianas que, no obstante, fulgen literariamente como rugosos troncos de abedules rasgados en la tarde por un turbión de luz.

La poesía de Vázquez Martín es consistente en el fondo y la forma, además de estar curtida por el paso de un tiempo curvo y conflictivo, un tiempo mágico y denso, gris, telúrico, que el poeta condensa y ablanda con su voz impregnada de tierra, de voces, de raíces, atada a un mensaje limpio e intemporal: «Es lunes/y miento si te digo/que con la luz renazco,/como tú llevo encima/las huellas digitales de lo oscuro» (Pág. 23). En el anterior fragmento, perteneciente a un poema de su primer libro, Golpes de luz, escrito entre 1980 y 1983, hallamos el acento de una voz lírica inmensa, la de un poeta sencillo y vigoroso que ya en este libro muestra su entusiasmo, su innata tendencia a caminar sobre la historia de un país, como es México, de tez sobria, agridulce, que contiene en su alma el desgarro luminoso de siglos cubiertos por láminas de sol y piedras flamígeras de un cielo vertical donde los dioses aún siguen floreciendo, aunque en muchos rincones ya ni se les ve: «No hay ángeles arriba que pronuncien la siega del siglo,/ni son los signos históricos peores que antes» (Pág. 75). Y aunque el poeta no cree en ningún dios, como ya nos confiesa en el primer poema de su libro Golpe de luz, titulado «La primera persona del verbo», la presencia de éste como metáfora del tiempo, o de lo simplemente eterno e intemporal, permanece inmanente en algunos de sus libros, aunque sea un dibujo irreal, fantasmagórico, de un poso nihilista, que al lector sensible toca y en algunos momentos llega a conmover por su lirismo transparente y fiero, como vemos en la pieza titulada «Niebla de la carretera», uno de los poemas más hermosos del volumen, donde Vázquez Martín hace referencia a la imagen de dios como intangible niebla. La pieza citada, ubicada en el libro Naturaleza y hechos (1999), nos muestra a las claras, junto a otros poemas también del mismo libro como son, por ejemplo, «D.F» y «La sombra de los árboles», la voz pura y fragante de un poeta memorable, de una autenticidad nada común.

Podríamos citar infinidad de versos para corroborar la calidad poética de un hombre que escribe como si arañase el cielo y el azul en sus versos se acabara transmutando en un tono rojizo que termina siendo ocre, de un color parecido a los desiertos de ese México tan bien dibujado y esencializado en este libro Sirenas y otros naufragios que contiene la obra total de Vázquez Martín, prologada por el escritor Eduardo Milán, quien en un momento del prólogo destaca «ese salto feliz que traba la vivencia personal -base del hecho lírico- con la conciencia crítica de la forma -crítica del hecho lírico vuelto lenguaje-», lo que da consistencia a la poesía del antologado y de alguna manera la hace intemporal.

Además de poeta, Eduardo Vázquez Martín (Ciudad de México, 1962) es un reconocido periodista y ensayista en su país que ha desempeñado cargos de gran relevancia cultural, habiendo fundado las revistas Milenio, Viceversa y Laberinto urbano. Por otra parte, es bueno resaltar que es hijo y nieto de republicanos españoles exiliados en México, y es este detalle íntimo y familiar el que impregna a muchos de sus versos de un aire apesadumbrado y melancólico, conformando su voz, en algunas ocasiones, un sutil tono épico de destierro íntimo, emotivo, como cuando nos dice en otro de sus poemas memorables, titulado «Memoria histórica»: «Lo primero que desapareció/frente a mi padre/fue una casa con patio…/Después mi padre vio un puerto/y después otro/y otro más».

Estos versos, y otros, dibujan la grandeza de un poeta genuino con raíces andaluzas y el paisaje de México fraguado en su interior.