‘Cuaderno de la playa’. Autor: Antonio Varo Baena. Editorial: Andrómina. Córdoba, 2019.

Con Cuaderno de la playa (Editorial Andrómina), el último libro de Antonio Varo Baena, el azul se quiebra en la voz del poeta, se abstrae con el mar, quedando el sabor salobre reposando en sus labios, perdurando como una copa de vino añejo. Se aclaran los tonos. Pero no nos sorprende, conociendo los colores oscuros y habituales reflejados en su poesía vitalista.

Implícitamente el título la describe certera, la playa, esa linde, frontera entre lo cercano, cálido, familiar, conocido, ocre y vital... y lo ignoto, profundo, frío, soñado y azul. Sus horas de mirada azul, donde hace un recorrido de doble sentido entre el pasado y el olvido. Poesía viva y fresca, vigorosa pero más calma, hostigada por el tiempo, nostálgica pero esperanzada, aún con la certeza de que todo ha pasado volando. Nos hacen marcar una leve sonrisa en nuestros labios, ya que todos hemos estado allí, sin dejar de respirar hemos vivido momentos semejantes, hemos experimentado la aventura del horizonte, sin perder esa línea de vida que significaban la arena sedienta y el puerto seguro. Sus versos producen sensaciones claras, melancólicas quizás, ocaso y amanecer. Invita a hacerlas propias, de cada uno, al hacer lectura de cada uno de sus versos. En este sentido la interpretación queda impregnada dentro del propio espectador, desde una perspectiva vital y estética. Quiere decirnos que este mar lleva solo el sonido espumoso del aire.

En este cuaderno, retornamos al mar de la infancia, sobrevolando como gaviotas reidoras. A la brillante luz de las postales, cuando era todo nuestro el tiempo y sólo jugar con las olas como delfines nuestro anhelo. Entre el esplendor del mar y la playa hemos pasado gran parte de nuestra infancia, y es un desván de recuerdos y pasados, evocadores e inolvidables. El mar ahuyenta la soledad y acrisola el olvido. Esa soledad embadurnada de gris plata. Nos presenta a cada poema como si fuera un cuadro. Parece todo musitado de pinceladas hilvanadas, en esos límites confusos que separan la poesía de la pintura, la imagen de la palabra, como un cielo al revés. Pero también de los silencios, que se esconden entre los versos, clamando en una especie de inmersión en la vida, en la belleza, en el pasado y en las sombras, proyectadas hacia el alma del poeta. El azul con el azur desde la orilla hasta el cielo.

Y el poeta nos regala éste mar, recitando con sus ojos fijos en ese horizonte, con la pupila serena que trasmina los recuerdos. El alma mojada, un puñal en el cuerpo. Un tamiz del tiempo azul y dorado, patria celeste del poeta. Y nos habla del mar de Circe y Ulises, que peregrinaba de orilla a orilla, de las islas de poniente y las sirenas cantarinas, de crótalos y cítaras, del mar fenicio azul y rosa. Ese mar púrpura nuestro y del pasado. Y cura con sus ojos su alma. Y la luna, roja encendida. Sobre la tela del agua, al borde del mar. Entre las sombras viene el miedo y el mar se va. Alfileres de plata sobre la mar. Nadie avisó en la mañana de lo que a la noche espera.

El azul era el color favorito de Neruda y Picasso. Ellos amaban el azul, como el color de la felicidad. Como lo amó Rubén Darío, el color amable y bello, el oceánico, el del ensueño. El mar de la aventura. Y la nostalgia del azul, el de la llanura salada e infinita. El azul es el verde que se aleja y nos acerca a la inmortalidad. El mar, el mar, siempre renaciendo. El color de la eternidad. El mar huye sobre el tiempo.