Más allá de objetivos, expectativas e incluso sueños que se trazan durante el verano y que sirven poco más que para un titular y algún debate relativamente infructuoso, este Córdoba nos está mandando un mensaje de manera continua desde hace ya varias jornadas: que a trabajo y a ciertos valores no le ganará nadie en esta competición. Rafa Berges admite el fallo, pero no la insolidaridad; la incapacidad momentánea por el desgaste, pero no el escaqueo; la mala elección puntual, pero no la irresponsabilidad. Cuando una de esas segundas opciones u otras, comprensibles por el calentón del momento, aparecen recomienda "agua del Ayuntamiento".

Si la seña de identidad del equipo hace un año era la de jugar el balón a toda costa (lo cual también significaba más de un amago de infarto), en este la bandera es la del trabajo a destajo y no dar nada por perdido, ni un balón, ni un resultado. Y lo hace desde el equilibrio, un concepto hasta no hace mucho desechado en pos del frente abierto, el "más madera, es la guerra" y esa misma emoción del resultado en el aire como disfraz eventual del aparente buen juego.

Eso obliga a más de un balón frontal buscando el juego directo como arma defensiva y reducir los mano a mano (habituales hace relativamente poco) al máximo. Todo eso, en un Córdoba en el que Gaspar continúa sin estar en su mejor momento, sin López Silva, sin Fuentes, con Abel Gómez mostrando un par de cositas de todo lo que tiene y con Fede Vico y Caballero tocados. La calidad. Si al Córdoba de ayer se le une esa calidad que algunos atesoran cualquier objetivo es posible. Quizás, hasta algún sueño.