Aunque ya había editado un libro de artículos, El Robinsón urbano (1984), desde que vio la luz su opera prima, Beatus Ille (1986), una hermosa novela de título emblemático, hasta esta última, Volver a dónde (2021), Antonio Muñoz Molina ha ido trazando una sólida trayectoria literaria, de peculiarísimas líneas narrativas cimentadas en un noble espacio novelístico que deambula a caballo entre una sutil modernidad, un compromiso ético y moral con el mundo actual -las señales de un humanismo transcendente-, y una fidelidad a las raíces antropológicas, emotivas y familiares del autor. Nadie duda a estas alturas, por mil razones, que Muñoz Molina (Úbeda, 1956) es, con gran diferencia, el novelista más auténtico, relevante y genuino de las letras españolas, no ya porque tenga en su haber premios importantes como el Príncipe de Asturias de las Letras, el Planeta o el Nacional de Narrativa, añadámosle también el Premio Jerusalén, de ámbito internacional, sino porque ha creado un universo narrativo de una calidad ética y estética admirable, bien visible en títulos como El invierno en Lisboa (1987), El jinete polaco (1991), Sefarad (2001), El viento de la luna (2006), o su más reciente, Un andar solitario entre la gente (2018). Otros títulos suyos memorables son, por citar algunos, su libro Ventanas de Manhattan (2004) y su ensayo Todo lo que era sólido (2013).

Lo mejor del autor jiennense es que su obra está traspasada por un fulgor de aliento ético y moral que, al leerla, nos hace sentir lo que él percibe ante un mundo grotesco, insensible e insolidario, donde no queda espacio, ni un resquicio, para el verdadero afecto, la piedad, la ternura, la amabilidad, y el amor puro a la naturaleza, a una tierra que agoniza y se va desangrando despacio, sin remedio, como un ciervo aterido en un bosque de zarzales. En este sentido, Volver a dónde es un gran título cargado de símbolos, de un sentido transcendente, que remite de entrada a esa inhóspita orfandad que el hombre de hoy siente, a veces, ante el derrumbe de una sociedad donde todo se diluye entre los recovecos de nuestra identidad, disolviendo en la bruma de su negatividad la raíz luminosa que enlazaba nuestro espíritu al latir majestuoso del campo en otras épocas y el temblor cristalino de nuestros ancestros familiares. De todo eso habla esta lumínica novela, Volver a dónde, en la que el narrador muestra un dibujo minucioso, deliciosamente brutal e hiperrealista en algunos momentos, de los entresijos de un Madrid desolador, segado por el miedo que el confinamiento sembró el pasado año: «Madrid es una gran amplitud deshabitada. Como está prohibido ir en compañía, oír de pronto una voz produce un sobresalto» (Pág. 32). La mirada del escritor despliega a veces un manto lumínico de serenidad, una temblorosa sábana de luz, de melancolía y ocres reflexiones en torno al balcón de su casa, mientras cruza la vida ante él como una cebra magullada, mordida por la incertidumbre y la inquietud de un horizonte gris, crepuscular. Los meses primeros del covid fueron áridos. Nunca habíamos vivido una situación así, de tanto dolor y tanto desamparo, y el autor ubetense, con un estilo magistral utilizando palabras barnizadas por un bálsamo azul, nos tiende su consuelo en fragmentos de una deliciosa calidez que contrastan con otros rozados por la bruma y la hosca penumbra de unos días primaverales que el confinamiento impregnó de desamparo y un desaliento insoportable y ácido: «Los vilanos flotan en el viento cálido, más visibles en el contraluz del final de la tarde. El chino de la esquina de Máiquez ha abierto por primera vez desde hace dos meses. Fue el primer negocio que cerró en todo el barrio… Es muy difícil asimilar lo que estamos viviendo». (Pág. 166). Debemos reconocer para ser justos, sin exagerar ni un ápice en nuestro criterio, que Volver a dónde es un libro memorable en el que el lector halla pedazos de sí mismo, fragmentos de la experiencia que vivió, que todos vivimos, en los días de incertidumbre el pasado año en primavera. Hay momentos, es verdad, que la lectura muy fluida, amena y vertiginosa en ciertos tramos, se nos hace hiriente y nos quema los sentidos por los duros sucesos que el libro nos relata, pero gracias al estilo cálido y poético que Muñoz Molina emplea con destreza al final nos deja un poso de nostalgia y terrible ternura cuando habla de su madre (aquí la novela alcanza instantes prodigiosos) o de sus familiares ya desaparecidos, que, sin darnos cuenta apenas, hacemos nuestros. En esta novela hay una confrontación de planos que el autor, no obstante, sabe armonizar y fundir en un mítico espacio literario donde el ayer y el hoy, tan divergentes, tan distintos y distantes al menos en apariencia, nos acaban inyectando una idéntica sustancia: el terrible aguijón de una agraz melancolía que busca cobijo en las cárcavas del alma cuando nos hallamos más frágiles ante el mundo.

Sólida técnica narrativa

Mediante una sólida técnica narrativa, Antonio Muñoz Molina va trazando en la narración dos espacios temporales, el de Madrid bajo el rigor de la pandemia, más los días posteriores al confinamiento, y el de nuestro país en los años de su infancia, cuando el autor aún residía en Úbeda, su pueblo natal, inmerso en un mundo campesino lleno de elementos mágicos y poéticos, a pesar de la dura aspereza de un espacio donde el trabajo en el campo, la pobreza y la diferencia de clases, la incultura, eran señales genuinas de aquel tiempo, un tardofranquismo plomizo, turbio y áspero, que el autor retrata en un tono agridulce, con piedad y ternura más que con rencor, trazando momentos de una belleza indescriptible: «En el cine de verano de Úbeda yo levantaba la cabeza hacia más allá del cañón irisado de polvo luminoso del proyector y veía la Vía Láctea… Aquellos cielos tenían una negrura de tinta, con un brillo de espejo, como el que se veía al asomarse a un pozo» (Pág. 41). Deliciosos fragmentos como el anterior abundan a lo largo y lo ancho del relato, demostrando con ello el halo poético de un autor que posee un genuino estilo literario.

'Volver a dónde'

Autor: Antonio Muñoz Molina.

Editorial: Seix Barral.

Barcelona, 2021

LOS AÑOS DE LA INFANCIA

Antonio Muñoz Molina en este libro, cuando rememora los días de su infancia, alcanza el tono intimista, emocionado, que tanto brilló en dos novelas suyas anteriores: ‘El viento de la luna’ (2006) y ‘El jinete polaco’ (1991), donde recrea el ambiente rural de Mágina, su Úbeda natal, que él inmortaliza dibujando la vida de una generación de hombres, de niños y jóvenes, de ancianos y mujeres que vivieron en un mundo humilde y campesino bajo el umbrío fulgor de la postguerra. Y el lector agradece al autor, además de esto, el regalo magnífico de su armónica escritura, fluida y poética, casi juanramoniana en algunas de las descripciones de este libro tejido por emociones, reflexiones, y palabras balsámicas, teñidas de piedad, que nos muestran las luces y las sombras, las ausencias, tejiendo un mosaico limpio, intemporal, un mapa sonámbulo de nuestro existir.