ENTREVISTA | Manuel Fernández Periodista

«La máquina de escribir fue el último reducto romántico del periodismo»

«El CÓRDOBA ha sido para mí parte de una universidad por libre; allí lo aprendí casi todo», afirma

Manuel Fernández ha sido recientemente galardonado con el Premio Córdoba de Periodismo.

Manuel Fernández ha sido recientemente galardonado con el Premio Córdoba de Periodismo. / A.J. González

Es un veterano de la prensa local y uno de los últimos románticos del periodismo, un oficio en el que se adentró por una absoluta vocación que se coció en la barbería de su padre, en Villaralto, donde entre tijeras, peines y espuma de afeitar fue enamorándose de ese periódico que llegaba cada día para ser devorado por los clientes. Desde entonces, Manuel Fernández se ha labrado una trayectoria en la que destacan sus 35 años en Diario CÓRDOBA en los que ha cosechado numerosos premios y distinciones. El último, ya jubilado, el Premio Córdoba de Periodismo, que otorga anualmente la Asociación de la Prensa de Córdoba.

¿Cuándo descubrió que quería ser periodista? ¿Cómo llegó a este oficio?

Mi entrada en el periodismo me vino dada casi desde antes de tener uso de razón, que, por lo que nos decían, llegaba cuando uno cumplía siete años. En mi casa, una barbería de pueblo, el periódico se recibía a diario. Entonces no existía premura de la noticia, sino de la parsimonia y embelesamiento ante un ejemplar que te llegaba por correo, con dos o más días de retraso sobre el de la venta en el quiosco, y que suponía la conexión con el resto de España y del mundo. El Alcázar, Pueblo, Ya o Arriba me enseñaron la existencia de Eisenhower -que yo pronunciaba Aisen over-, o de los Beatles. El periódico me parecía un milagro, y mucho más poder escribir en él y que los clientes de mi padre pudieran leer un articulo firmado por mí. Al final, logré esa ambición que llenó a mi padre de un gozo imposible de describir.  

El Premio Córdoba de Periodismo que acaba de recibir reconoce una larga trayectoria que se inicia en un momento histórico, la llegada de la democracia y las libertades. ¿Cómo recuerda esa etapa?

En aquella época ser periodista significaba trabajar en un periódico, con toda la leyenda que eso suponía. Recuerdo que ya en Madrid, siendo estudiante en la Facultad de Ciencias de la Información, alguien me reprochó que a mí lo que me gustaba era no tener horarios y que por eso me metí a periodista. Estoy de acuerdo con la premisa, pero no con la conclusión. Era, sobre todo, por poder escribir cada día. Cubrí las primeras elecciones democráticas en Huelva para El Correo de Andalucía, y aquello era otro mundo, algo muy ilusionante. Cuando llegué a Córdoba, solo existía en la ciudad el periódico del mismo nombre, perteneciente a lo que se llamaba Prensa del Movimiento. Pero la progresía aprovechó para crear un nuevo periódico, La Voz de Córdoba, que para los nuevos periodistas licenciados que aterrizamos allí fue el auténtico abanderado de la transición periodística en Córdoba. Aunque trabajábamos sin apenas recursos, en un piso pequeño, no teníamos archivo... 

¿Cómo se suplía esa falta de recursos?

Con la imaginación. Recuerdo un día que vino a Córdoba Fernando Morán, que en ese momento aún no era ministro, pero sí asesor de Felipe González, y me mandaron a entrevistarle, lo que hice en la propia estación, pero el fotógrafo no llegaba. Así que se me ocurrió pedirle a Morán que se metiera en un fotomatón de esos de fotos de carnet que había antes, eché los cinco duros y la foto salió publicada al día siguiente. 

Ha vivido la evolución en este oficio desde la máquina de escribir a la web. ¿Cómo ha ido recibiendo estos cambios, entre ellos el alejamiento del papel?

Mi vida se ha conformado de esos cambios, que he ido asumiendo y a los que me he ido adaptando. Lo más duro fue la llegada de los ordenadores. Con la máquina de escribir, el último reducto romántico y libre de la profesión, el periodista era un privilegiado porque tenía que encargarse solo de ser periodista, o sea, recoger la información en la calle, sentarse en la máquina con un par de folios y su bloc de notas, y hasta mañana. Hoy todo es muy diferente en una redacción de un periódico, desde hace tiempo el redactor asume papeles que antes dependía de otros departamentos como el de talleres. Cosas como ajustar, cuadrar textos y perder tanto tiempo con la cuadratura del título que lo que menos tiempo se lleva es el periodismo en estado puro. En cuanto al papel, sigo imprimiendo todo lo que escribo. Yo soy del papel. Cuando estaba en la barbería de mi padre, yo sentía que las palabras eran volátiles, no existían, pero en el periódico sí existían, y eso era lo que yo quería hacer. Yo creo que desde el 2000 para acá se ha producido un cambio de civilización, el mundo anda sin papel.

Ha trabajado durante 35 años en el Diario CÓRDOBA. ¿Qué ha significado para usted este periódico?

El CÓRDOBA ha sido para mí parte de una universidad por libre. Allí lo aprendí casi todo. Este periódico ha sido ese otro mundo de amigos y casi hermanos que te han hecho mucho más fácil la vida y también el espacio físico donde mi imaginación se transformaba en artículos y reportajes.

«Mi primer premio fue que los clientes de mi padre me leyeran en su barbería»

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El galardón también reconoce su labor en la revista ‘El Jardal’, que usted impulsó en su pueblo. ¿Qué supuso esa publicación?

Para mí esa revista supuso entregarme a algo que sentía como mío para dárselo a mi pueblo. Perdía dinero, pero mi padre me comentó que la gente iba diciendo que me había ido a estudiar a Madrid y volvía allí a ganarme la vida con una revista. Nuestro objetivo era criticar lo que estaba mal hecho. La revista llevaba como subtítulo Información villaraltera ácrata y sin padrinos, imagínate, cómo nos iban a poner anuncios. Y la gente la compraba y las guardaba, porque ahora que hemos editado el libro sobre la revista se ha ido por las casas del pueblo recopilando ejemplares y se han conseguido todos. Allí escribía todo el mundo, los niños, los maestros, el cura...

Ha entrevistado a importantes personajes y ha sido de testigo de grandes acontecimientos. ¿Hay alguno que le haya marcado? 

Por ejemplo, el artista cordobés Pepe Espaliú, al que hice una entrevista unos meses antes de morir en su casa de Madrid. Era un momento en el que el sida era una enfermedad muy desconocida y hasta sentías temores de contagiarte. Me entusiasmó aquella conversación, aunque sabía que estaba hablando con un hombre que tenía el destino marcado. Con Julio Anguita me pasó que, después de conocerle de cerca, influyó mucho en mi pensamiento. Junto con Jesucristo y Serrat, es uno de los personajes que más me han marcado en mi vida y en mi trayectoria. 

¿Ha entrevistado a Serrat?

No, pero lo conocí cuando vino a Córdoba a recoger un premio y le dije que si veía a mi cuñado Rufino por Santa Coloma le diera recuerdos. Y me dijo ‘Sí, no te preocupes, se los daré’.

Publica cada semana un artículo en Diario CÓRDOBA. No parece que esté dispuesto a jubilarse del todo. ¿Es una necesidad para usted?

Es una forma de seguir pensando, no marchitarte y tener la sangre en su sitio. Para mí es un ejercicio mental.  

¿Qué ha significado este premio para usted?

Este es el premio de periodismo más importante de Córdoba y me hace muy feliz recibirlo porque es de mi ciudad. Para mí significa mucho, tanto como mi primer premio, que fue que los clientes de mi padre me leyeran en la barbería. Se complementan. 

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