La documentación archivística nos permite apreciar la evolución de la Semana Santa de Córdoba desde diferentes ángulos de investigación histórica. Uno de ellos es el de estudiar la realidad y significación de las diferentes cofradías existentes en la ciudad en distintas épocas.

Al respecto, de sobra es conocido el censo o relación de cofradías de 9 de febrero de 1773, realizado por el intendente de Córdoba Pedro Francisco de Priego, según mandato del conde de Aranda, enmarcado en un proceso regulatorio y de control de las hermandades acorde con el espíritu de la Ilustración, que posteriormente traería como consecuencia también la adopción de una serie de disposiciones civiles orientadas a cuidar del orden y comportamiento durante las estaciones de penitencia, evitando los disciplinantes y empalados, como ocurrió con la Orden de 20 de febrero de 1777 o la más amplia normativa promulgada en 1783 suprimiendo aquellas cofradías que no tuviesen reconocimiento civil o eclesiástico.

Sin embargo, no es tan conocido el elenco de cofradías existentes en nuestra ciudad en la segunda mitad del siglo XIX y, en concreto, el censo realizado por el propio Ayuntamiento de Córdoba en 1860, cuando la corporación municipal se hacía cargo ya desde 1849 de la organización de la procesión oficial del Santo Entierro el Viernes Santo de cada año y de las fiestas del Corpus Christi.

Esta relación de cofradías de Córdoba, realizada por el propio Consistorio en un momento de postración cofrade, en el que el mismo Ayuntamiento tenía que costear la cera e incluso los hábitos de los nazarenos que acompañaban a las imágenes durante la estación de penitencia de esta procesión general de Viernes Santo, nos ilustra de esa realidad cofrade cordobesa de la época, en la que se reconocen e incluyen aquellas hermandades y cofradías que realmente tienen vida y realizan cultos y procesiones. Tal censo ofrece interesantes datos que permiten conocer cuáles hermandades existían, en qué barrios radicaban y quiénes eran sus hermanos mayores en aquel momento.

En la collación de la Catedral aparece la cofradía de Belén y Pastores, con Ramón Cantillo como su hermano mayor, y la de Nuestra Señora del Amparo, con el hermano mayor Manuel Alcalá. En la collación de San Juan, se incluye la hermandad del Ave María, con José Montes. El barrio de San Nicolás de la Villa, con la cofradía de Nuestra Señora de la Alegría, Antonio Galera; el de San Miguel, con las cofradías de Ánimas y la de Nuestra Señora de Belén, ambas con José Castillejo como hermano mayor.

Asimismo, la collación del Salvador y Santo Domingo cuenta con la hermandad de San Bartolomé, con Rafael González, y la hermandad de Nuestra Señora de los Dolores, también con Rafael González como hermano mayor. San Pedro tiene las hermandades de los Santos Mártires, con Rafael Barrera; Ánimas, con José Fuentes; y Nuestra Señora del Socorro, cuyo hermano mayor es Ángel Enríquez. San Andrés, tiene activas las cofradías de Ánimas, con Ángel Bonilla a la cabeza; y Nuestra Señora de los Ángeles, con Vicente Bonilla; así como la de Nuestra Señora de las Nieves, que tiene como representante a José de Luque; mientras que la de Nuestra Señora del Buen Suceso cuenta con la presidencia de Antonio Giménez; en tanto que la de Nuestra Señora del Rosario no tiene en ese momento hermano mayor, al contrario que la cofradía del Beato Padre Posadas, cuyo hermano mayor es Rafael Villa. Otras hermandades poco conocidas en la actualidad pero existentes en aquella etapa histórica son las del Padre Eterno, dirigida por José Montijano, y la del Niño Perdido, que encabeza Juan Barrios.

La collación de San Lorenzo, tan extensa en ese momento histórico, cuenta con las hermandades y cofradías de Nuestra Señora de las Montañas, con Juan Licera; Nuestra Señora de Villaviciosa, que tiene a Antonio Soto como hermano mayor; la de Jesús del Calvario, que sabemos que estaba encabezada por José Salmoral, mientras que en la del Cristo de Gracia estaba al frente José M. Villalón. Perteneciente también a la jurisdicción parroquial de San Lorenzo era la hermandad del Arcángel San Rafael, que tenía al prestigioso médico Arcadio García como hermano mayor, y asimismo, la de Jesús Rescatado, que presidía José Giménez.

En el barrio de Santa Marina estaba la hermandad del Señor Resucitado, de la cual era hermano mayor José Rodríguez; también la de Nuestra Señora de la Luz, con Lázaro López, junto a la de San Roque, regida por José Giménez, y la de Nuestra Señora de las Angustias, que tenía como prioste a Manuel Olmedo. Curiosamente aparece otra hermandad dentro de la feligresía parroquial de Santa Marina, como la de Nuestra Señora del Tránsito, con Juan del Mármol, en tanto se detallan las históricas de Jesús Caído, con Francisco Valenzuela y Nuestra Señora del Carmen, que representaba Juan Calzadilla, como pertenecientes igualmente a la misma jurisdicción parroquial.

La collación de la Magdalena tiene integrada, según las averiguaciones del Ayuntamiento en 1860, a las cofradías de Nuestra Señora de la Concepción y la de Ánimas, ambas con Manuel Yergo como hermano mayor; Nuestra Señora del Carmen, con Francisco Hernández; Nuestra Señora de la Cabeza, de la que es hermano mayor José Giménez; San José en su ermita, con Ricardo García; y Nuestra Señora de los Remedios, con Benito Flores.

El barrio de Santiago cuenta con las hermandades de Ánimas, que tiene a Andrés Millán; la de Nuestra Señora de la Blanca, que conduce Martín Rivas; Nuestra Señora de la Estrella, con Juan Solano; y la Orden Tercera de Madre de Dios, que guía Rafael González. Por último, nos encontramos en el mencionado censo de 1860 con las cofradías que habían pertenecido anteriormente a la collación y desaparecida parroquia de San Nicolás de la Axerquía y en ese momento histórico se encontraban integradas provisionalmente en la jurisdicción parroquial de Santiago, como eran las cofradías de Nuestra Señora del Rosario, con José Castejón; Ánimas, con Francisco López; Jesús del Huerto, que no tenía en ese momento hermano mayor en ejercicio; Nuestra Señora de Consolación, cuyo hermano mayor era el cronista oficial de la ciudad, Teodomiro Ramírez Arellano; Nuestra Señora Candelaria, que dirigía M. Recio; la de Nuestra Señora de la Aurora, al frente de la cual estaba José Catalán; y, por último, la Orden Tercera de San Francisco, que regía Manuel Alguacil.

Es evidente que este censo refleja los datos que el propio Ayuntamiento tenía en ese período histórico, así como los límites en esa etapa de cada uno de los barrios o collaciones de la ciudad y templos parroquiales correspondientes, que en algunos casos no se corresponden con los de la actualidad, además de los errores provocados por la propia elaboración precipitada del censo, pero que suponen una auténtica panorámica reveladora de la situación del asociacionismo religioso de ese tiempo de la segunda mitad del siglo XIX, tan convulso y con tantas aristas en lo que al mundo de las hermandades y cofradías se refiere.

*Cronista oficial de la Ciudad y de la Agrupación de Cofradías.